SÉ DE UN LUGAR...
Los atardeceres en aquellas
suaves y fragantes lomas permitían parar momentáneamente este loco y
vertiginoso trajín que llaman Vida. Recostado en el ancestral y
adusto algarrobo que coronaba la loma más alta y meridional, el simple hecho de cerrar los ojos
y respirar plena y suavemente la brisa purificadora tan característica de estos
parajes semiabandonados, en la que se entremezclan olores salinos con aromas de
romero, tomillo, retama y manzanilla, permitía una total limpieza de
pensamientos.
(Foto: José Mira)
Era en esos momentos en los que
mi reposada, profunda y consciente respiración conseguía conectarme con mi
interior, con mi ser, degustando cada inspiración y expiración como si fuera el
último hálito de mi existencia, reportándome tal relajación física y mental que
se dirían fusionados cuerpo y entorno, en completa armonía con el algarrobo,
las flores, las hierbas, las plantas, las aves… percibiendo y participando del
silente movimiento del Universo… de sus movimientos distantes en los que todo
va cambiando de color, de forma y de expresividad…. oyendo los estorninos perdidos
chillar y dibujando en el aire con su ondulado vuelo… dibujando con azules, con
amarillos, con verdes… a contraluz… con óxidos y rojizos… un cúmulo de nubes
viejas y bellas aves siempre en presente intenso… atravesando el Tiempo…
Igual de plácido y reconfortante
era el retorno a la realidad en aquel paraje privilegiado, no solo por su
entorno y tranquilidad, sino igualmente por su situación sobre la margen izquierda
del salvaje río en su morir al mar, como punto más meridional del conjunto de
amables y olorosas lomas que constituyen una tímida avanzadilla del territorio
agreste que a sus espaldas se desarrollaba, asomándose sobre la modesta y casi
abandonada alquería que era Bates.
Bates representaba uno de los
pequeños núcleos rurales de marcado carácter agrícola gracias a su privilegiada
posición entre la vega y el monte, lo que le permitía gozar de sus pródigos
recursos que con tanto esmero trabajaban los campesinos. Una mirada atrás
descubría un monte plagado de almendrales, olivos y viñas para uvas pasas, con
el trasfondo de la imponente mole caliza, hija menor del omnipresente Monte
Sulayr, coronado de nieves perpetuas. Otro vistazo a mis pies me dibujaba una sonrisa
de placidez al otear toda esa fértil llanura en la que las diversas tonalidades
de verde compiten entre sí, plagada de pequeñas parcelas dedicadas al
policultivo intensivo en una maraña de acequias que llevan y traen ese preciado
líquido que es el agua, el cual permitía tal eclosión variada de hortalizas,
legumbres y frutales, salpicados aquí y allá de morales, en una frondosidad de
vida bautizada (si se me permite el término) por el gorgoteo de las acequias.
De entre todas las tonalidades
verdosas resalta sobremanera el acentuado verde esmeralda de las plantaciones
de caña de azúcar, propiedades que los sultanes granadinos aquí tenían desde
que decidieron establecer su residencia en nuestra alcazaba y que, por otro
lado, tantos beneficios les prodigaba, pues era un producto altamente valorado
y apreciado por los “cara de frío”, como gustaba llamar a Ruyyi a los
omnipresentes mercaderes genoveses, sobre todo a partir de los tratados
comerciales que nuestros soberanos firmaron con ellos y sus Compañías. Fue este
el motivo que con el paso del tiempo sus plantaciones fueran creciendo cual
ameba, hasta tal punto que solo el mar pudo ponerles freno.
(Foto: Antonio Luis Gallardo Medina)
A modo de charnela entre ambos espacios
de cultivo irrigado y el secano, se encontraba la pequeña alquería de
Bates, en estos días casi despoblada. Un conjunto de viviendas modestas
situadas justo por encima de la acequia llamada de Mutrayil, principal suministrador de agua a este lado del río y que
daba vida a las diversas alquerías que a su amparo se levantaron: Pataura, la
propia Bates y Mutrayil, acabando su
recorrido a los pies de Battarna,
abandonada en los primeros tiempos de los Banu Nasr. Una verdadera línea
fronteriza entre las chicharras y el vergel de dulces sonidos que se entremezclan
armoniosamente procedentes unas veces del discurrir de las acequias, otras del
simpático y juguetón cacareo de los pájaros y aves que en él encontraban
reposo, y otras, en definitiva, originado por el diálogo de los árboles
propiciado por la brisa que los mece.
Un lugar de paz y tranquilidad,
Bates, que coronaba un hervidero de vida vegetal y animal que desde hacía ya un
tiempo era un simple alto en el camino que de Mutrayil conducía a Pataura y Gharnata
bordeando las serpenteantes lomas de esta región. Así se reflejaba en las
diversas viviendas de pequeñas dimensiones y apariencia modesta que se
aglutinaban y escalonaban en la pendiente del terreno, encaradas a la vega y al
mar y a sus aires salinos, unos “aires egeos” que me decía mi compañero de
estancia en la Madraza Yussuffiyya de la capital, Ireneo, natural de la isla
griega de Égina y que vino a Gharnata
a completar sus conocimientos “filosóficos
ético-morales que deberían de atormentar a todo Ser que se vanaglorie en
denominarse humano”. Sus callejas terrosas, estrechas y empinadas, hacía ya
tiempo que no eran transitadas por humildes aldeanos, mulas, canes y gatos. Los
numerosos poyetes a pie de puerta ya no eran ocupados por avezados y vehementes
tertulianos y tertulianas. Hacía tiempo que hierbas y lagartijas hicieron de
ello su territorio.
Y así era como me gustaba
despedir los días, en ese lugar donde brotan las flores, donde el río y el
monte se aman, donde pronto amanece… respirando y sintiendo esa brisa, esa
vega, ese mar… ese bahr al-wastani
nuestro, ese mar intermedio que durante siglos ha ejercido de puente entre las
dos orillas y entre orillas lejanas. Unas orillas a las que la acuciante y
agresiva presión y codicia cristiana amenaza con transformar en un abismo, en
un muro… así se intuía y así lo me lo confirman las noticias que de mi tierra
me llegan de los osados que decidieron quedarse, como mi amigo Amrus… “con su llegada pasamos a estar bajo el yugo
de la vehemente Católica, la constante vigilancia de esos seres monstruosos
venidos de otros mundos, y aplastados por su contundente, imperial y demoledora
arquitectura. Peor que la derrota militar, fue el desbocado y obsesivo
anorreamiento moral y cultural".
A pesar de todo, con solo cerrar
los ojos, recostado en este nuevo adusto algarrobo que asoma a otra orilla del
mismo mar, siempre vuelvo al mismo lugar... al lugar que fue Bates.
No hay comentarios:
Publicar un comentario