domingo, 28 de enero de 2018

HAMID AL-SALAWBINI "Retorno a la Madina de los dos mares"

SÉ DE UN LUGAR...

Los atardeceres en aquellas suaves y fragantes lomas permitían parar momentáneamente este loco y vertiginoso trajín que llaman Vida. Recostado en el ancestral y adusto algarrobo que coronaba la loma más alta y  meridional, el simple hecho de cerrar los ojos y respirar plena y suavemente la brisa purificadora tan característica de estos parajes semiabandonados, en la que se entremezclan olores salinos con aromas de romero, tomillo, retama y manzanilla, permitía una total limpieza de pensamientos.

(Foto: José Mira)

Era en esos momentos en los que mi reposada, profunda y consciente respiración conseguía conectarme con mi interior, con mi ser, degustando cada inspiración y expiración como si fuera el último hálito de mi existencia, reportándome tal relajación física y mental que se dirían fusionados cuerpo y entorno, en completa armonía con el algarrobo, las flores, las hierbas, las plantas, las aves… percibiendo y participando del silente movimiento del Universo… de sus movimientos distantes en los que todo va cambiando de color, de forma y de expresividad…. oyendo los estorninos perdidos chillar y dibujando en el aire con su ondulado vuelo… dibujando con azules, con amarillos, con verdes… a contraluz… con óxidos y rojizos… un cúmulo de nubes viejas y bellas aves siempre en presente intenso… atravesando el Tiempo…

Igual de plácido y reconfortante era el retorno a la realidad en aquel paraje privilegiado, no solo por su entorno y tranquilidad, sino igualmente por su situación sobre la margen izquierda del salvaje río en su morir al mar, como punto más meridional del conjunto de amables y olorosas lomas que constituyen una tímida avanzadilla del territorio agreste que a sus espaldas se desarrollaba, asomándose sobre la modesta y casi abandonada alquería que era Bates.

Bates representaba uno de los pequeños núcleos rurales de marcado carácter agrícola gracias a su privilegiada posición entre la vega y el monte, lo que le permitía gozar de sus pródigos recursos que con tanto esmero trabajaban los campesinos. Una mirada atrás descubría un monte plagado de almendrales, olivos y viñas para uvas pasas, con el trasfondo de la imponente mole caliza, hija menor del omnipresente Monte Sulayr, coronado de nieves perpetuas. Otro vistazo a mis pies me dibujaba una sonrisa de placidez al otear toda esa fértil llanura en la que las diversas tonalidades de verde compiten entre sí, plagada de pequeñas parcelas dedicadas al policultivo intensivo en una maraña de acequias que llevan y traen ese preciado líquido que es el agua, el cual permitía tal eclosión variada de hortalizas, legumbres y frutales, salpicados aquí y allá de morales, en una frondosidad de vida bautizada (si se me permite el término) por el gorgoteo de las acequias.

De entre todas las tonalidades verdosas resalta sobremanera el acentuado verde esmeralda de las plantaciones de caña de azúcar, propiedades que los sultanes granadinos aquí tenían desde que decidieron establecer su residencia en nuestra alcazaba y que, por otro lado, tantos beneficios les prodigaba, pues era un producto altamente valorado y apreciado por los “cara de frío”, como gustaba llamar a Ruyyi a los omnipresentes mercaderes genoveses, sobre todo a partir de los tratados comerciales que nuestros soberanos firmaron con ellos y sus Compañías. Fue este el motivo que con el paso del tiempo sus plantaciones fueran creciendo cual ameba, hasta tal punto que solo el mar pudo ponerles freno.

(Foto: Antonio Luis Gallardo Medina)

A modo de charnela entre ambos espacios de cultivo irrigado y el secano, se encontraba la pequeña alquería de Bates, en estos días casi despoblada. Un conjunto de viviendas modestas situadas justo por encima de la acequia llamada de Mutrayil, principal suministrador de agua a este lado del río y que daba vida a las diversas alquerías que a su amparo se levantaron: Pataura, la propia Bates y Mutrayil, acabando su recorrido a los pies de Battarna, abandonada en los primeros tiempos de los Banu Nasr. Una verdadera línea fronteriza entre las chicharras y el vergel de dulces sonidos que se entremezclan armoniosamente procedentes unas veces del discurrir de las acequias, otras del simpático y juguetón cacareo de los pájaros y aves que en él encontraban reposo, y otras, en definitiva, originado por el diálogo de los árboles propiciado por la brisa que los mece.

Un lugar de paz y tranquilidad, Bates, que coronaba un hervidero de vida vegetal y animal que desde hacía ya un tiempo era un simple alto en el camino que de Mutrayil conducía a Pataura y Gharnata bordeando las serpenteantes lomas de esta región. Así se reflejaba en las diversas viviendas de pequeñas dimensiones y apariencia modesta que se aglutinaban y escalonaban en la pendiente del terreno, encaradas a la vega y al mar y a sus aires salinos, unos “aires egeos” que me decía mi compañero de estancia en la Madraza Yussuffiyya de la capital, Ireneo, natural de la isla griega de Égina y que vino a Gharnata a completar sus conocimientos “filosóficos ético-morales que deberían de atormentar a todo Ser que se vanaglorie en denominarse humano”. Sus callejas terrosas, estrechas y empinadas, hacía ya tiempo que no eran transitadas por humildes aldeanos, mulas, canes y gatos. Los numerosos poyetes a pie de puerta ya no eran ocupados por avezados y vehementes tertulianos y tertulianas. Hacía tiempo que hierbas y lagartijas hicieron de ello su territorio.


Y así era como me gustaba despedir los días, en ese lugar donde brotan las flores, donde el río y el monte se aman, donde pronto amanece… respirando y sintiendo esa brisa, esa vega, ese mar… ese bahr al-wastani nuestro, ese mar intermedio que durante siglos ha ejercido de puente entre las dos orillas y entre orillas lejanas. Unas orillas a las que la acuciante y agresiva presión y codicia cristiana amenaza con transformar en un abismo, en un muro… así se intuía y así lo me lo confirman las noticias que de mi tierra me llegan de los osados que decidieron quedarse, como mi amigo Amrus… “con su llegada pasamos a estar bajo el yugo de la vehemente Católica, la constante vigilancia de esos seres monstruosos venidos de otros mundos, y aplastados por su contundente, imperial y demoledora arquitectura. Peor que la derrota militar, fue el desbocado y obsesivo anorreamiento moral y cultural".


A pesar de todo, con solo cerrar los ojos, recostado en este nuevo adusto algarrobo que asoma a otra orilla del mismo mar, siempre vuelvo al mismo lugar... al lugar que fue Bates.







No hay comentarios:

Publicar un comentario