miércoles, 16 de diciembre de 2020

PIEZAS DE UN MUSEO ABANDONADO (I). Cabeza femenina de terracota.

 Para un griego, un museo era un recinto sagrado en honor de las Musas, hijas de la Memoria, las diosas de la inspiración. La Academia de Platón y, más tarde el liceo de Aristóteles, tenían su sede en bosquecillos consagrados a las musas porque el ejercicio del pensamiento y la educación podían entenderse como actos metafóricos y luminosos de culto a las nueve diosas.

El Museo de Ptolomeo llegó más lejos: fue una de las instituciones más ambiciosas del helenismo, una primitiva versión de nuestros centros de investigación, universidades y laboratorios de ideas. Se invitaba al Museo a los mejores escritores, poetas, científicos y filósofos de la época”.

De esta manera recuerda la filóloga clásica y escritora aragonesa Irene Vallejo, en su deliciosa obra El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo (Siruela, 2020), lo que era y representaba para la cultura clásica eso que hoy conocemos como Museo: un centro donde se cultivaba y gestionaba el Saber, en mayúsculas, como elemento de formación del espíritu, la persona y, en definitiva, el ciudadano. Pero no eran meros centros de “almacenaje” de libros o piezas como lo entendemos hoy día, sino centros de Cultura y Saber, donde se compilaba, generaba, y lo más importante, se fomentaba el Conocimiento, la Investigación y su Difusión, así, en mayúsculas también. Y es que el conocimiento sin difusión no tiene sentido y pierde toda su carga como elemento identitario y definitorio de la persona y de las comunidades humanas.

Con esta entrada pretendemos reivindicar el papel y la importancia de contar con un “centro de cultura y saber”. Pero no solo su simple existencia, sino además, e inexcusablemente, la necesidad de que este centro goce de una constante buena salud, la cual únicamente es posible manteniendo una actividad constante, generadora y regenerada como algo estrictamente necesario para la salud cultural e identitaria de toda comunidad humana actual. Somos lo que nuestros antepasados nos legaron, pero dejamos de ser “nosotros y nosotras” si olvidamos ese legado, si no lo conservamos, y difundimos, y para ello hay que “aprender a valorarlo”. Más en estos tiempos de homogeneización globalizadora sociocultural.

En este sentido, y de forma periódica, vamos a ir dando a conocer el importante patrimonio arqueológico que el museo municipal alberga y que el pasado año 2015 fue compilado en una publicación en la que se recogía, en forma de  catálogo, las piezas más relevantes de cada periodo histórico, desde la prehistoria hasta la Salawbinya andalusí.

Sin duda un esfuerzo importante e interesante por parte del consistorio municipal que hay que agradecer y agradecemos desde aquí, pero que quedó como hecho aislado y sin la necesaria continuidad que pudiera representar el inicio de un interesante proyecto de recuperación y difusión patrimonial como uno de los sellos y elementos distintivos de la localidad, entendiendo como venimos defendiendo desde nuestros inicio que el Patrimonio no debiera de tener color político. Una iniciativa que debiera de enmarcarse dentro de un proyecto y apuesta mucho mayor y más ambiciosa que sería la confirmación definitiva del tan reivindicado Centro de Estudios Locales como elemento atomizador de la política patrimonial, cultural y económica salobreñera.

Así pues, como ha quedado dicho, vamos a ir dando a conocer diversas piezas relevantes y de primer nivel histórico-arqueológico que actualmente forman parte de la colección expositiva del museo, a pesar de permanecer cerrado al público desde hace unos (demasiados) años. Y para inaugurar esta “sección” de piezas hemos escogido la pieza que protagoniza la portada del citado libro publicado en 2015. El texto, análisis y estudio corre a cargo de nuestros compañeros Federico Martínez Rodríguez y Carlos E. Sarompas Cazorla. La imagen de la pieza es autoría de Gerardo Escobar.

Patrimonio Bajo Guadalfeo  Wadi al-fā’w


CABEZA FEMENINA DE TERRACOTA


Descripción

Representación de pequeña cabeza de divinidad cuyas dimensiones máximas son: 7,3×5,6 centímetros. Parte de la pieza se encuentra desgastada o perdida, especialmente la zona de la frente y la zona superior izquierda de la cara.

La cabeza aparece inclinada y algo girada, y sustentada por un cuello alto y robusto. La cara es redondeada, de estilo helenístico caracterizado por una boca pequeña, mentón redondeado, nariz recta y ojos sugeridos por el relieve de los párpados. El pelo se presenta recogido sobre la frente y hacia atrás en una especie de nodus. La oreja izquierda aparece adornada con una plaquita con forma de disco. Este rostro es totalmente clásico, sin influencias del mundo ibérico o púnico, y recuerda a algunas representaciones de Afrodita, como la de Cnidia de Praxíteles, pero también podría relacionarse con ciertas imágenes de Apolo como el Apolo Lykeios.

Responde claramente a un modelo tardo-helenístico caracterizado entre otras cosas por el dinamismo. En las obras similares conocidas, de cuerpo completo, el movimiento comienza desde la pierna izquierda, curvando la cadera, prolongándose hacia el tronco y terminando con un giro de la cabeza hacia el lado contrario, con la vista perdida en la lejanía.

Fabricación

Barro cocido modelado probablemente a molde. La perforación detectada en la zona desconchada de la cabeza para la salida del aire en la cocción, así parece indicarlo.

Lugar de procedencia

Actual Peñón de Salobreña, antiguo islote marítimo. Hallazgo justamente anterior a las excavaciones de urgencia del verano de 1992.

Funcionalidad

Probablemente religiosa. Según Oswaldo Arteaga y sus colaboradores, este tipo de figurillas iría destinada al culto del santuario cuya existencia propuso inicialmente en el propio Peñón de Salobreña. Cultura y cronología: romano-helenística de fines del siglo III a mediados del siglo I a.C.

Contexto histórico-arqueológico

En principio, y según Oswaldo Arteaga y sus colaboradores, esta y otras terracotas del Peñón aparecieron asociadas a unos materiales cerámicos selectos importados (quemaperfumes, ungüentarios, lucernas, vasos caliciformes, kalatoi, etc.), relacionados seguramente con cultos religiosos, adscritos a un pequeño templo exento de plata cuadrangular del que se conservan dos muros (Arteaga et alii, 1992). Sin embargo, posteriormente, este mismo investigador duda sobre esta propuesta inicial. Por otro lado, José Navas, historiador y arqueólogo local, que formó parte de las excavaciones, nos recuerda que tanto las terracotas como buena parte de dichos materiales se hallaron fuera del supuesto santuario, que interpreta como una estancia de época romana asociada a la pileta de opus signinum inmediata. Defiende, además, que en el Peñón no hay evidencias de ningún santuario, durante estos siglos, y que debió funcionar más bien como un puerto y centro de redistribución de materiales, cerámicas y productos diversos.

Bibliografía de la pieza 

Arteaga, O.; Navas, J.; Ramos, J. F.; Roos, A. (1992): Excavación de Urgencia en el Peñón de Salobreña (Granada). Ayuntamiento de Salobreña.

Arteaga, O.; Blech, M.; Roos, A. M. (2007): «Las terracotas del Peñón de Salobreña (Granada). Contexto arqueológico y trascendencia histórica del santuario púnico-romano». SPAL, Monografías núm. 9: 219-256. Universidad de Sevilla.