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domingo, 1 de junio de 2014

El curioso caso del "ánfora de Motril".

La colaboración que seguidamente se expone, corre a cargo de José María Pérez Hens, licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Granada. Igualmente cursó el Tercer Ciclo en el Programa de Doctorado titulado Arqueología Histórica, impartido por el Departamento de Prehistoria y Arqueología de la UNED. En la actualidad ejerce de profesor de Geografía e Historia en el I.E.S. Julio Rodríguez de Motril. Activista acérrimo en la salvaguarda, recuperación y puesta en valor del Patrimonio, tanto natural como histórico y arqueológico, cuenta con una extensa lista de publicaciones y conferencias especializadas en temas de arqueología, patrimonio cultural y natural y ciencias sociales aplicadas a la enseñanza, siendo, además, partícipe activo de Seminarios y llegando a coordinar el Grupo de Trabajo de Ciencias Sociales del Centro de Profesores de Motril.
Excelente y apasionado docente, sus textos son amenos, divulgativos e ilustrativos, pero sin perder nunca el rigor y la documentación requeridas. El que os exponemos es un claro ejemplo de ello. Fue publicado en la revista local La Costa, en su número de febrero de 2009. Finalmente, agradecer, cómo no, su interés y voluntad de querer colaborar y participar, como viene haciendo desde hace tiempo con múltiples artículos, ponencias, actos y actividades, de esta iniciativa nuestra, que también es la suya. Gracias Pepe!!   


Recuerdo una visita que un grupo de profesores motrileños hicimos a la exposición Florentia Iliberritana, la cual se estaba  desarrollando en el Museo Arqueológico y Etnológico de Granada, que tiene su sede en la Casa de Castril, uno de los mejores palacios renacentistas de la ciudad, situado en la popular y turística Carrera del Darro. En el transcurso de la misma, uno de mis compañeros me llamó la atención sobre una pieza en concreto. Se trataba de un ánfora romana de gran tamaño y buen estado de conservación, que ocupaba un lugar destacado en la citada exposición. En su cartela informativa se leía que su lugar de hallazgo era el fondo marino de Motril.

El "ánfora de Motril".

La pieza, de cierta fama entre los interesados por la arqueología en la provincia, forma parte de la colección expuesta de forma permanente en el Museo y que, justamente por su importancia, a pesar de su hallazgo en el mar, había sido seleccionada para ilustrar las producciones agrícolas de la Granada romana. Es conocida como “el ánfora de Motril”, pero, como les paso seguidamente a contar, tiene poco o nada que ver con nuestra querida localidad costera. Vayamos por partes.

Como es conocido, durante la antigüedad, las ánforas eran los envases cerámicos de transporte y almacenamiento por excelencia, no sólo del mundo romano, sino ya utilizados profusamente desde épocas remotas. Particularmente indicada para el transporte marino, la propia forma del ánfora, caracterizada por dos asas y su terminación en punta, la hacía ideal para su estiba en los barcos mercantes, permitiendo la superposición de los recipientes en varios pisos e inclinarlas convenientemente para adaptarlas a las paredes curvas de las naves.

Resistentes y de grandes dimensiones, tenían formas características según el contenido al que se destinaban, la zona de donde procedían, la época en que se fabricaron y su evolución en el tiempo. En cuanto a los contenidos, en estos envases se transportaban principalmente vinos de distintas procedencias y calidades, aceite de oliva de distintos tipos y prensados, trozos de pescado en salazón y salsas derivadas, como el famoso garum.

Reproducción del interior de una nave y la disposición de las ánforas.

La referida “ánfora de Motril” es una típica Dressel 20 altoimperial olearia (siglo I d.C.), tiene cuerpo globular (unos 80 cms de altura por 50 cms de diámetro de panza) y cuello corto, en el que se insertan dos macizas asas capaces de soportar los casi 100 Kg que pesaría llena del afamado aceite de la Bética.

En la parte superior de una de sus asas, presenta un sello impreso donde se lee AGRICOL, sin duda una marca del alfarero, o del propietario de los hornos cerámicos que la fabricaron. Este sello está documentado en un alfar de Casa de Mingaobez, muy cerca de Posadas (Córdoba), en la orilla izquierda del Guadalquivir. Hoy sabemos que en el triángulo Sevilla-Córdoba-Écija hay documentados unos 90 centros de producción con más de 500 alfares. Por tanto, en cuanto al origen y contenido, “el ánfora de Motril” es cordobesa.

Sello con la leyenda AGRICOL.

Detalle del sello.

Pero terminemos con esta historia. Nuestro contenedor formaría parte de un cargamento que, partiendo posiblemente desde el puerto de Hispalis (Sevilla), y bajando por el Guadalquivir, se disponía a seguir una ruta de navegación marítima hacia el interior del Mediterráneo. El barco mercante no llegaría jamás a su destino ya que, por alguna desdichada razón, naufragó en algún punto del litoral cercano a Almuñécar, constituyendo el conocido pecio de “Las Puntas”.

Por una afortunada casualidad, unos dos mil años más tarde, un barco arrastrero motrileño, el San Francisco, recuperó el ánfora del mar, a unos 60 ó 70 metros de profundidad, y la entregó en la Ayudantía Militar de Motril. Días más tarde se depositó en el Museo Arqueológico y Etnológico de Granada, donde hoy la podemos ver en casi todo su esplendor, ya que su superficie está un tanto deteriorada debido a la acción de las concreciones marinas. Son cosas de la edad.


En conclusión, la llamada “ánfora de Motril” resulta que no es motrileña (es cordobesa), no fue hallada en nuestra costa sino en la de Almuñécar (eso sí, por un pesquero motrileño), y se localiza actualmente en Granada. Como ven, poco o casi nada tiene que ver con la ciudad costera granadina, pero, qué quieren que yo les diga, como motrileño que soy, a mí me gusta que se la conozca como “el ánfora de Motril".

José María Pérez Hens. 

lunes, 3 de marzo de 2014

"De mi corazón al aire" (Vicente Amigo), o de cómo hacer del Patrimonio propio un elemento identitario dinamizador y rentable.

Desde hace unas décadas viene siendo habitual que, especialmente en periodos de crisis como la que sufrimos actualmente, cada uno se busque sus propios recursos mediante los cuales hacer frente y sobrevivir a la grave situación económica y social a la que nos vemos sometidos. En este sentido, especialmente en el ámbito regional (y cada vez más a nivel local), hace ya bastante tiempo que se le está empezando a sacar "provecho" al patrimonio histórico, cultural y natural propio, ante el que hemos vivido de espaldas durante mucho tiempo y cuyo potencial ha sido ignorado en este país, más allá de los espléndidos Paradores y castillos de Playmóvil tan de moda en ciertos años de este país.
Es ahora que las autoridades competentes comienzan a ver que este Patrimonio, lejos de ser un "agujero en el bolsillo" de las arcas públicas, recuperado y bien gestionado puede suponer un importante agente dinamizador, no sólo a nivel económico, sino también en el social, cultural y laboral.

Y es que el uso y disfrute del tiempo libre ha ido adquiriendo cada vez más importancia en los últimos decenios. De manera progresiva se han ido desarrollando nuevas necesidades, tanto individuales como colectivas, en relación con el ocio. Es así como cada día hay más personas y grupos sociales sensibilizados por la diversidad cultural, orientando su tiempo de ocio y disfrute hacia el conocimiento de nuevos entornos, culturas y civilizaciones, huyendo de modelos turísticos convencionales y caracterizados por la masificación y una calidad básica y tradicional de su oferta.

Jardín nazarí de Vélez-Benaudalla.

Este cambio de tendencia ha sido ciertamente aprovechado últimamente por múltiples zonas “deprimidas”, o de segunda línea, por decirlo de alguna manera, pero que cuentan con importantes y destacados recursos culturales, etnológicos y naturales que hasta la fecha no fueron tenidos lo suficientemente en cuenta, manteniéndolos en un segundo plano (en muchos casos incluso en estado de abandono y degradación). Éstos son ahora un elemento clave a la hora de impulsar toda estrategia de desarrollo de estas economías locales y/o regionales, como alternativa para escapar de la situación de regresión socio-económica que nos ha tocado vivir. Es de este modo como, en muchos de los casos, estas “zonas de segunda línea” son susceptibles de convertirse en centros de interés turístico y cultural con gran éxito de oferta y de demanda.

Para ello, como han puesto de manifiesto en los últimos tiempos diversos expertos en dinamización y divulgación del patrimonio, es necesario partir del concepto fundamental de Desarrollo Sostenible, de tal modo que se promocione la recuperación, puesta en valor, conservación y difusión de nuestra herencia histórica y paisajística, con el objeto de que se deriven beneficios de carácter cultural, económico y social. Unos beneficios, por otro lado, que reviertan (al menos una parte de él) en el propio patrimonio y en la sociedad a la que pertenece y que la disfruta.
Este cambio de tendencia en el ámbito del ocio, la cultura y el tiempo libre, ha derivado, además, en una mejor y mayor imbricación de intereses entre el sector turístico y el ámbito del patrimonio. Se han desarrollado nuevos modelos de explotación y uso social de los recursos patrimoniales y naturales, aunque siempre partiendo de la sostenibilidad del modelo de desarrollo.

El Castillejo, Los Guájares.

De este modo, el territorio se convierte en el escenario donde se desarrollan nuevas lecturas globalizadoras y estrategias de uso social de los recursos culturales y naturales, mediante las cuales se pretende dar respuestas adecuadas e imaginativas a las nuevas demandas de los usuarios, cada vez más motivados en descubrir nuevos territorios y culturas, convirtiendo el Patrimonio (entendido de manera integral) en un producto turístico basado en la propia conservación y en la correcta explotación de sus recursos.
Y es que, es el legado cultural y natural quien, en esencia, juega un papel activo en todo este proceso, el cual, correctamente gestionado, acaba por revertir y generar, además, nuevos modelos de gestión y nuevas vías de financiación. 

Actualmente el patrimonio cultural está participando activamente en políticas globales y, más a menudo de los que podría parecer, encabeza estrategias de desarrollo local. Tal es así que en muchos lugares representa el eje fundamental sobre el que se sustentan políticas de promoción y desarrollo de ámbito local, fundamentadas en los recursos endógenos de su propio territorio. Más allá de su innegable valor como referente identitario y recurso para la educación y formación cultural de diferentes sectores sociales, permite unos beneficios económicos indirectos que, por otro lado, permiten una formación y reinserción laboral a la población.

Torre vigía de Torrenueva.

En este sentido, hay que partir de la idea de que todo monumento, resto arquitectónico, arqueológico y/o etnológico, en general, no es más que el claro reflejo del tipo de relaciones Hombre-Hombre y Hombre-Paisaje que han quedado plasmadas en el medio en el que habitamos. Se define de este modo un tipo de interrelación propia y característica que variará según el momento histórico y el grupo socio-cultural que lo protagoniza y que, de una u otra manera, nos han legado. Tan sólo, y no es tarea fácil, hay que saber leer las huellas y evidencias que estas construcciones y paisajes nos transmiten de una u otra forma.

Para ello, primeramente es esencial que la población se sensibilice, no sólo con las construcciones antiguas que todavía hoy día se mantienen en pie en nuestras ciudades y poblaciones, también con todo el patrimonio soterrado y subacuático que aún nos es desconocido dentro del nuestro territorio. Se trata de los restos de nuestro pasado y de nuestros antepasados los cuales, debidamente recuperados, tratados, conservados, protegidos y gestionados, van a permitir conocernos mejor en nuestras relaciones interpersonales y con nuestro medio ambiente, siguiendo la máxima zen de “respeta y conoce, y no temerás”.
No se trata de montones de herramientas antiguas, ni piedras, castillos, casas y edificios a medio caer, sino de un patrimonio que nos pertenece a todos y del que podemos aprender y disfrutar si es recuperado y tratado de manera adecuada. De hecho deberíamos estar obligados a protegerlo y a recuperarlo. Es así que cobran especial importancia las palabras de Dulce Chacón cuando refería que “un pueblo sin memoria es un pueblo enfermo”.

Por otro lado, y no menos importante, corresponde a las autoridades locales, provinciales, autonómicas y, cómo no, estatales, velar por la localización, documentación, recuperación y puesta en valor de todos aquellos elementos y construcciones que han formado, y forman parte, de nuestro pasado y nuestro paisaje en nuestro día a día, devolviéndoselo a la sociedad.

Estamos ante la posibilidad de dejar de vivir de espaldas a nuestro patrimonio y de crear un museo al aire libre en el que se eliminen las barreras que suponen las vitrinas y vallas que separan a unos de otros, de tal modo que se permita la interacción y convivencia del individuo con la cultura material, el monumento y el medio ambiente. Para ello, como se ha dicho, se exige de un lado una actitud de respeto hacia éstos por parte de la población; del otro, una voluntad de recuperación e integración social de todos aquellos elementos que conforman este patrimonio de cara a establecer un proyecto de progreso y futuro sostenibles.

En los últimos años se está empezando a consolidar esta nueva vía de potenciar una convivencia y comprensión del pasado por parte del presente, gracias a proyectos de recuperación del patrimonio local y a nuevas tendencias de puesta en valor, promoviendo una interacción y divulgación integradas, tanto al aire libre como en museos y/o edificios históricos. Una clara muestra de ello, con evidentes resultados y beneficios, incluso económicos de manera directa e indirecta, es el caso de los restos arqueológicos del mercado de El Born (Barcelona), el poblado neolítico de La Draga (Banyoles, Girona), la iglesia prerrománica y su poblado altomedieval de Santa Creu (Port de la Selva, Girona), la villa romana de los Baños de Valdearados (Burgos), el teatro romano de los Títeres (Cádiz), los restos arqueológicos de la Plaza de la Encarnación (Sevilla), el castillo y pósito de Doña Mencía (Córdoba), el castillo y barrio bajomedieval de Luque (Córdoba) o el conjunto de los Dólmenes de Antequera (Málaga), entre otros muchos ejemplos. Más próximo en el marco geográfico que nos ocupa, el complejo industrial de la Azucarera del Guadalfeo, en Salobreña; la creación del Centro de Formación de Energías Renovables en la batería artillera del siglo XVIII de Carchuna; el Centro de Interpretación, en la también batería artillada de La Herradura; o el Museo de Historia de Motril, ubicado en la conocida como Casa Garcés, una edificación de los siglos XVI-XVII y el Museo Preindustrial de la Caña de Azúcar en la Fabrica de La Palma, también en Motril, ambas edificaciones recuperadas y rehabilitadas para tal fin.

Museo de Historia de Motril.

Se trata, en resumen, de una tendencia mediante la cual se pretende cambiar el prisma con el que se suelen ver y concebir los restos y monumentos históricos, así como el entorno natural y paisajístico en el que se insertan, dejando de considerarlos como meros montones de piedras por la ruina y el mal estado en el que se encuentran, fruto de la dejadez y desconsideración recibida, tanto por la población en general como por las autoridades competentes, para revertir su situación como elementos con rendimiento patrimonial, social y, en la mayoría de los casos, también económico.  

La costa granadina en general, y el área del estuario del Guadalfeo en concreto, es un territorio que, a pesar de contar con un potencial y un substrato histórico-arqueológico de entidad, no es hasta hace escasamente unas décadas que cuenta con el respaldo que se desearía a nivel de difusión y puesta en valor de restos materiales y de publicaciones científicas y divulgativas que pongan de manifiesto, y a disposición de la sociedad, el patrimonio histórico, arqueológico y, por qué no, etnológico del que ha gozado y del que todavía goza. Y es que, como bien dice un compañero: "la costa hay que moverla!" (¿verdad, Diego?)

A ello bien poco han contribuido, de un lado el fuerte arrasamiento y destrucción que sufrieron múltiples yacimientos durante la segunda mitad del pasado siglo XX, con motivo de la orientación generalizada de los terrenos al cultivo de frutos tropicales, para cuyo desarrollo se hizo necesario un brutal abancalamiento de lomas y laderas, así como por el avance del sector constructivo, claramente enfocado al turismo de Sol y Playa.
Del otro, y de igual gravedad, la insensibilidad, tanto de las autoridades pertinentes como de la población en general, con respecto del patrimonio, no ya del soterrado (y mucho menos el subacuático) sino incluso del emergente, considerándolo como meras ruinas improductivas que obstaculizan el desarrollo económico de esta voraz sociedad actual.
En los últimos años parece que se están empezando a dar los pasos adecuados en este sentido. Se detecta una incipiente voluntad, por parte de los referidos agentes implicados, una mayor sensibilización, concienciación e implicación de cara a poder recuperar, estudiar y, llegado el caso, poner en valor todos aquellos elementos que han formado, y forman, parte de nuestro pasado y nuestro paisaje que sean susceptibles de ser devueltos a la sociedad, con el objeto de apoyarse en ellos e integrarlos en un proyecto de progreso y futuro sostenibles a corto y medio plazo.

Como se ha dicho anteriormente, este  concepto básico viene desarrollándose en las últimas décadas en múltiples países y regiones, los cuales han visto en su patrimonio histórico y cultural una oportunidad bastante rentable para la creación de un modelo de desarrollo sostenible y endógeno, respetuoso con el entorno y encarado a incrementar el producto interior. Ello es posible gracias a una gestión, mejora y potenciación de las actividades artesanales tradicionales y, de manera paralela (y no precisamente menos desdeñable), a la creación de nuevos servicios vinculados al patrimonio y al turismo cultural y natural, con evidentes repercusiones en el sector terciario.
El turismo basado y complementado en la Cultura (que se ha mostrado como una oferta sólida), depende en gran medida de que el visitante disfrute de la experiencia y perciba que tanto el territorio como los recursos patrimoniales son auténticos, y que se enmarcan en un contexto que les resulta agradable y atractivo. Desde esta perspectiva, pues, el turismo que se desarrolla y/o complementa en torno al patrimonio cultural, puede ayudar a reactivar la economía y la vida sociocultural de áreas o zonas concretas. A modo de ejemplo, durante 2012-2013, tan sólo el Castillo de Salobreña acogió un  flujo de visitantes que superó la cifra de 50.000 personas.

Castillo de Salobreña.

Para ello, pues, es necesario que exista una conciencia social sobre la potencialidad y el valor de esas señas de identidad características, legado del pasado, junto a la existencia de proyectos de planificación y ejecución de gestión de estos recursos culturales y naturales a corto y medio plazo por parte de las autoridades y entidades correspondientes e implicadas. En suma, se necesita implicar y concienciar a la población en el valor y uso de los recursos patrimoniales, y acometer las acciones tendentes a ponerlos en valor, garantizando el uso adecuado y la gestión en el tiempo para facilitar su desarrollo y mejora. Como decíamos en la entrada anterior: ¿Utopía?........."mica en mica s´omple la pica" (dicho catalán).

viernes, 28 de febrero de 2014

"BIDAIAH"


Nos iniciamos en esta andadura sin saber muy bien por dónde va a salir el tiro, aunque con la ilusión y la esperanza de pensar que estamos aportando un granito de arena a la causa de poder contribuir a difundir y dar a conocer el rico patrimonio histórico y cultural de una región, el bajo Guadalfeo, que, por sus particulares condiciones geofísicas y climáticas, ha sido (y todavía hoy es) foco de atención y atracción para las diferentes culturas y comunidades que, a lo largo de los siglos (ya desde época prehistórica), decidieron establecerse en esta privilegiada porción de la actual costa granadina.


Mapa del delta del Guadalfeo (año de 1722).

Una vez superado (o eso esperamos) el devastador periodo en el que la implantación de los cultivos tropicales y el desarrollo del turismo de masas (el tan nostrado turismo de Sol y Playa) en la región propició la destrucción y desaparición de no pocos yacimientos de la zona, es el momento de que, tanto la población como las propias autoridades competentes, se sensibilicen y tomen conciencia de su propio Patrimonio, o de lo que queda de él. Es hora de que se haga entender que esos muros derruidos, esos edificios destartalados, esos "pipotes y botijos" que se diseminan por diversos puntos de esta geografía, esas plantas y fauna, ese paisaje y biodiversidad, constituyen (o deberían de constituir) y han contribuido a forjar nuestra identidad como personas y nuestra manera de ser, estar, comprender y de relacionarnos con el mundo que nos rodea.

Estamos ante una región que ha tenido un destacado papel y relevancia en los diferentes periodos históricos, siendo escenario de hechos, procesos y acontecimientos de peso; además de cuna y asilo de comunidades y personajes de renombre en diversos ámbitos, como la cultura, la política o la religión.
Históricamente, esta zona, correspondiente al último tramo del curso del Guadalfeo, se ha articulado de manera bastante compacta y homogénea, aunque siempre dentro de la órbita de preponderancia de Almuñécar. Se articula en torno al propio río, el mar, las diversas sierras que la circundan y la vega que, a lo largo del tiempo, se ha ido formando con las deposiciones aluviales. A ello, añadir aquellas zonas que, en cierto modo, se le adscribían (Las Guájaras y los Llanos de Carchuna-Calahonda). En base a este criterio, pues, acotamos un territorio comprendido entre Vélez-Benaudalla y las Guájaras (por el norte), Salobreña (por el oeste) y Carchuna-Calahonda (por el este), englobando en su interior las localidades de Molvízar, Lobres y Motril.




Mediante esta plataforma, bien que de manera modesta, aunque constante y pertinaz, intentaremos poner de relieve y dar a conocer el rico patrimonio de esta región. Pero no sólo aquél patrimonio de carácter histórico, natural y monumental. También el panorama cultural actual: un panorama artístico-literario formado tanto por autores y artistas locales como foráneos, en el campo de la literatura, la fotografía, la pintura, la música, las artes escénicas, la educación, la divulgación, etc., tan plausible a través de los múltiples festivales, actos y jornadas veraniegas que las diferentes localidades organizan y promueven.

Para ello, pues, presentamos esta plataforma en la que tendrán cabida todas las aportaciones en este sentido, intentando configurar un repertorio de "colaboradores", por así decirlo, con inquietudes y formación diversa (arqueólogos, geólogos, biólogos, educadores, fotógrafos, literatos, músicos, periodistas...), los cuales ofrecerán y expondrán artículos, reseñas, valoraciones, eventos culturales, etc. Todo ello siempre de manera divulgativa y con el rigor exigible a la hora de presentar informaciones y conocimientos veraces y respetuosos, que pongan de relieve todos aquellos aspectos y elementos citados anteriormente y que conforman el Patrimonio Histórico y Cultural de esta región del bajo Guadalfeo, como signos identitarios que son, susceptibles, además, de generar riqueza y desarrollo local (cultural y, ¿por qué no?, económico y social), siempre que sean bien llevados y gestionados. Y para ello, como se ha dicho anteriormente, es necesaria la concienciación e implicación tanto de la sociedad como de las autoridades correspondientes (Ayuntamientos, Diputación, Delegación). ¿Utopía?........¡¡¡Habrá que intentarlo!!!

Vista aérea del delta del Guadalfeo (década de 1960).