miércoles, 26 de marzo de 2014

"El curioso caso de Benjamin Button", o la particular enfermedad detectada en un individuo tardorromano de El Maraute (Torrenueva)

Iniciamos el apartado de colaboraciones con la aportación que tan amablemente nos concede José Miguel Jiménez Triguero, amigo y compañero de faenas desde hace ya algunos años. José Miguel es Licenciado en Historia por la Universidad de Granada, con formación específica en Arqueología y Antropología Física, y con sobrada experiencia en excavaciones arqueológicas desde 2004, como técnico y director en múltiples intervenciones arqueológicas. Fruto de esa labor han visto la luz diversas publicaciones desde entonces, tanto en el ámbito de la Arqueología como de la Antropología Física.


En la actualidad ejerce de profesor de Geografía e Historia y de Lengua Española para extranjeros, así como, ocasionalmente, de guía local. A pesar de haberse retirado algo de la primera línea del campo de batalla que es la arqueología urbana (o profesional, que llaman algunos), no ha menguado su voluntad de recuperar, reivindicar y poner de manifiesto el valor del Patrimonio, como bien demuestra "batallando" día a día en su localidad natal, Jódar (Jaén), no sólo con la tan nostrada Administración, sino también (e igualmente, o más farragoso incluso) con la escasa conciencia que al respecto tienen las autoridades locales y la propia población.
Por todo ello, agradecerle que haya destinado algo de su tiempo (que en los tiempos que corren es bastante valioso) a querer colaborar con nosotros. Sin más, seguidamente se expone su trabajo.




En el subsuelo de la comarca del Bajo Guadalfeo aguarda su pasado, deseando volver a ser descubierto. Un ejemplo concreto de ello fue desvelado el pasado año 2008, cuando aparecieron unos restos arqueológicos en la localidad de Torrenueva (Motril, Granada), con motivo de las obras de construcción de unos edificios de Protección Oficial en el Pago de “El Maraute”. Se recuperaron, entre otros restos, dos sepulturas (una de ellas seccionada y deteriorada, y otra completa) compuestas por una base de ladrillos bipedales (de dos pies de largo) y una cubierta de tegulae (tejas planas) a dos aguas.

A continuación, intentaré explicar una serie de interpretaciones teóricas con base científica en relación a estos restos arqueológicos y antropológicos, que fueron extraídos, estudiados y catalogados por profesionales de la Arqueología y de la Antropología, a los que debemos agradecer su gran labor, entre los que incluyo mi humilde aportación. Además, las conclusiones presentadas aquí fueron publicadas en el Anuario Arqueológico de Andalucía (AAA), en las Actas del XIX Congresso della Associazione Antropologica Italiana de 2011, y en la revista Journal of Biological Research. Con lo cual, estos datos ponen de relavancia los hallazgos y el esfuerzo enorme de todos los profesionales que han participado.


Gracias a la estratigrafía registrada durante el proceso de excavación, esto es, al estudio de las capas geológicas donde se advierte la acción humana, o la presencia de sus objetos en épocas pasadas, y también a través del estudio de la cerámica, que ha sido tan catalogada en sus diversas formas, tamaños, decoraciones, utilidades, contextos, etc., y que nos da un margen de error mínimo para situarla en la época en que fue realizada, usada o reutilizada; sabemos que el lugar donde se hallaron los enterramientos constituyeron zonas industriales y comerciales, que fueron abandonadas y reutilizadas como necrópolis en el siglo IV d.C., durante el Bajo Imperio (finales del siglo III-finales del siglo V d.C.). En esta época tendrá lugar el fin político del Imperio romano de Occidente y la entrada en la península de pueblos germanos, como los visigodos. En este sentido, el concepto de Tardorromanidad, que suele aplicarse para este periodo, implica la pervivencia de la cultura latina, tanto entre los hispanorromanos como entre los pueblos recién llegados.

Al hilo de lo que nos ocupa, podemos decir que ambas tumbas contenían un individuo cada una, depositados en decúbito supino, es decir, con el cuerpo colocado horizontalmente y echado sobre su espalda. La cabeza de los mismos estaba orientada hacia el oeste y los pies en el este. Los enterramientos no tenían ajuar, salvo la sepultura mejor conservada, de la que se recuperó un broche y una aguja metálica, complementos del vestido que pudo haber llevado y que no se ha conservado.

De otra parte, necrópolis coetáneas similares han sido documentadas a lo largo de la geografía hispana, como los casos de Piña de Esgueva  y Amusquillo de Esgueva (Valladolid), "El Romeral” (Montefrío, Granada), Valle de los Pedroches (Córdoba), Cerca de la Cámara Sepulcral de Toya (Peal de Becerro, Jaén), Vega del Mar (San Pedro de Alcántara, Málaga), Marugán (Atarfe, Granada), Baza (Granada), Lopera (Jaén), Marim (Olhâo, Portugal), Ferrestello (Visinhança de Sta. Olaya), “Las Merchanas” (Lumbrales, Salamanca), etc.

Todas ellas se inscriben en la moda de la inhumación (enterramiento del cuerpo ya muerto) y con apenas ajuar, es decir, con muy pocos (o ninguno) elementos de adorno o ritual.  En ellas son más frecuentes las tumbas individuales y, en el caso concreto que nos ocupa, el hecho de que la fosa aparezca bien delimitada, se suele repetir en las evidencias arqueológicas. Además, es más frecuente encontrar las tumbas en lugares lejanos a las civitae (ciudades) de la época, en ambientes rurales. Asimismo, presenta una cubierta que, aunque no es el único tipo, sí es frecuente en este período.

En general, los restos de los dos individuos estaban mal conservados si bien permanecían, a grandes rasgos, las conexiones anatómicas normales, en definitiva, que el orden de los huesos que formaban el esqueleto humano se podía apreciar claramente. Esta posición de los cuerpos había sido en parte alterada por procesos erosivos de origen geológico, como diversas escorrentías procedentes de las ramblas colindantes, las cuales arrastraron y alteraron algunas partes y deterioraron otras. Es por ello que se aprecian ladeadas las costillas, el cráneo y los huesos de los brazos. Estos procesos que ocurren desde que el difunto es inhumado hasta que son redescubiertos los denominamos los antropólogos procesos tafonómicos.

Teniendo en cuenta esto, conocemos el hecho de que los restos se depositaron en el interior de la sepultura en vacío, siendo posteriormente colmatados por la acción sedimentaria natural. Y estamos al tanto de estos detalles porque las evidencias son las siguientes: relajación de los dos lados de la cadera, al desaparecer los ligamentos que los unían. Si los hubiesen sepultado con tierra directamente, en el momento de desenterrarlos hubiesen aparecido ambos lados muy juntos y alejados del suelo.

Esta pelvis, junto a los cráneos, indican datos en relación al sexo de cada individuo, utilizando métodos antropológicos de medición, formas, tamaños, etc. Así, se ha estimado que uno de los esqueletos fue una mujer adulta, y el otro un adolescente varón. Para averiguar la edad aproximada de la muerte de cada individuo, se llevaron a cabo estudios relacionados con el desarrollo, crecimiento y conformación de los huesos y dientes. Los restos mejor conservados y que merecen una mayor atención en términos de la Antropología Física, son los del adolescente ya que presenta evidencias de una enfermedad nunca antes detectada en un enterramiento tan antiguo.



A este último le fueron detectadas varias dolencias relacionadas con la columna vertebral: la enfermedad de Scheuermann y la espina bífida de sacro, entre otras. La primera es un síndrome que suele ocurrir en la adolescencia de individuos de entre 13 y 17 años. Esta enfermedad, cuyo origen se desconoce aún hoy día, produce una deformación de la columna, donde las vértebras se deforman como si pertenecieran a una persona de edad avanzada con osteoporosis, y con una espalda demasiado arqueada que hace que el individuo se encorve. Surge como consecuencia de una alteración degenerativa durante el crecimiento y son muchas las causas que la pudieron originar en conjunto: factores biomecánicos y hereditarios.

Por otro lado, la espina bífida, consiste en que la espina de las vertebras no se forma durante el crecimiento. Esto provoca que la médula quede fuera de la propia columna. Y esto es aún más llamativo en la parte inferior de la columna, en el sacro, conectado con la pelvis a su vez. Allí, las vértebras están fusionadas unas con otras. Esta dolencia es de nacimiento y provoca parálisis y pérdida de sensibilidad en las piernas, así como problemas urinarios e intestinales. Este individuo, que no pudo llegar a ser adulto desgraciadamente, tenía otros problemas, y aunque desconocemos de qué murió, es muy probable que todos ellos provocasen su fallecimiento.



Por otro lado, ante la escasez de ajuar, la ausencia de lápidas y otros indicios, es imposible determinar con exactitud la adscripción religiosa de los individuos enterrados. Es conocido que en el mundo tardorromano la influencia del Cristianismo y de otras religiones orientales del Imperio fueron muy populares, ganando terreno al Paganismo. El Cristianismo adopta del Judaísmo el ritual funerario de la inhumación, y no por que la cremación de los muertos fuese una negación de la resurrección, sino porque seguían la tradición judía. Por lo demás, el Cristianismo perpetúa las prácticas paganas. Pero probablemente, como parece ser fue la tónica habitual, estos individuos no eran cristianos, sino paganos que utilizaban este ritual. Es sobre todo a partir del siglo VI d.C. cuando se manifiesta algo más clara la influencia del Cristianismo en los enterramientos.

Por otro lado, en todas estas religiones aparecen manifestaciones de la relación entre la muerte y el Sol naciente como signo de resurrección, de volver a la vida. De ahí la posición que se repite en este tipo de tumbas del siglo IV d.C. en la Bética Bajoimperial: la orientación Poniente-Levante (u otras aproximadas), que se vuelve a producir en la mayor parte de las necrópolis tardías desde el Bajo Imperio, con el fin del “renacimiento del fallecido” con el surgimiento del Sol por el horizonte.

En definitiva, del trabajo desarrollado en su día, podemos extraer varias conclusiones. La primera, que hubo un estudio multidisciplinar fruto de una estrecha colaboración entre arqueólogos de diferentes especialidades y antropólogos. Ambos procedentes, tanto de la Universidad pública (la Universidad de Granada), como del sector privado, en este caso la empresa dedicada a la recuperación, difusión y puesta en valor del patrimonio histórico-arqueológico y documental (Gespad al-Andalus S.L.U.).
La segunda consiste en que se ha llevado a cabo un proceso de estudio profundo y riguroso desde el inicio del proyecto de excavación hasta las publicaciones arqueológicas y antropológicas derivadas y, finalmente, publicadas.
La tercera, que hay un enorme y creciente interés por la recuperación, difusión y puesta en valor del patrimonio histórico y arqueológico.
La cuarta sería que los enterramientos excavados y estudiados se encuentran en la línea de la tipología (inhumaciones) y rituales del Bajo Imperio en Hispania.
La quinta que estamos ante un caso excepcional, el de Torrenueva, por haberse detectado en un individuo tan antiguo y con un estado de conservación malo, el cual manifiesta una enfermedad ósea poco frecuente, entre otras anomalías patológicas.
Y la última, reseñar el respaldo y apoyo continuo y sin condiciones de las instituciones locales para con el equipo científico-técnico que desarrolló el trabajo y posterior estudio (arqueológico y antropológico).

Es por ello que esperamos que este artículo sirva para dar a conocer algo más nuestro trabajo, nuestros buenos propósitos, y animar a la gente y a las instituciones para que sigan confiando en su pasado como la llave de su futuro.

José Miguel Jiménez Triguero.




lunes, 3 de marzo de 2014

"De mi corazón al aire" (Vicente Amigo), o de cómo hacer del Patrimonio propio un elemento identitario dinamizador y rentable.

Desde hace unas décadas viene siendo habitual que, especialmente en periodos de crisis como la que sufrimos actualmente, cada uno se busque sus propios recursos mediante los cuales hacer frente y sobrevivir a la grave situación económica y social a la que nos vemos sometidos. En este sentido, especialmente en el ámbito regional (y cada vez más a nivel local), hace ya bastante tiempo que se le está empezando a sacar "provecho" al patrimonio histórico, cultural y natural propio, ante el que hemos vivido de espaldas durante mucho tiempo y cuyo potencial ha sido ignorado en este país, más allá de los espléndidos Paradores y castillos de Playmóvil tan de moda en ciertos años de este país.
Es ahora que las autoridades competentes comienzan a ver que este Patrimonio, lejos de ser un "agujero en el bolsillo" de las arcas públicas, recuperado y bien gestionado puede suponer un importante agente dinamizador, no sólo a nivel económico, sino también en el social, cultural y laboral.

Y es que el uso y disfrute del tiempo libre ha ido adquiriendo cada vez más importancia en los últimos decenios. De manera progresiva se han ido desarrollando nuevas necesidades, tanto individuales como colectivas, en relación con el ocio. Es así como cada día hay más personas y grupos sociales sensibilizados por la diversidad cultural, orientando su tiempo de ocio y disfrute hacia el conocimiento de nuevos entornos, culturas y civilizaciones, huyendo de modelos turísticos convencionales y caracterizados por la masificación y una calidad básica y tradicional de su oferta.

Jardín nazarí de Vélez-Benaudalla.

Este cambio de tendencia ha sido ciertamente aprovechado últimamente por múltiples zonas “deprimidas”, o de segunda línea, por decirlo de alguna manera, pero que cuentan con importantes y destacados recursos culturales, etnológicos y naturales que hasta la fecha no fueron tenidos lo suficientemente en cuenta, manteniéndolos en un segundo plano (en muchos casos incluso en estado de abandono y degradación). Éstos son ahora un elemento clave a la hora de impulsar toda estrategia de desarrollo de estas economías locales y/o regionales, como alternativa para escapar de la situación de regresión socio-económica que nos ha tocado vivir. Es de este modo como, en muchos de los casos, estas “zonas de segunda línea” son susceptibles de convertirse en centros de interés turístico y cultural con gran éxito de oferta y de demanda.

Para ello, como han puesto de manifiesto en los últimos tiempos diversos expertos en dinamización y divulgación del patrimonio, es necesario partir del concepto fundamental de Desarrollo Sostenible, de tal modo que se promocione la recuperación, puesta en valor, conservación y difusión de nuestra herencia histórica y paisajística, con el objeto de que se deriven beneficios de carácter cultural, económico y social. Unos beneficios, por otro lado, que reviertan (al menos una parte de él) en el propio patrimonio y en la sociedad a la que pertenece y que la disfruta.
Este cambio de tendencia en el ámbito del ocio, la cultura y el tiempo libre, ha derivado, además, en una mejor y mayor imbricación de intereses entre el sector turístico y el ámbito del patrimonio. Se han desarrollado nuevos modelos de explotación y uso social de los recursos patrimoniales y naturales, aunque siempre partiendo de la sostenibilidad del modelo de desarrollo.

El Castillejo, Los Guájares.

De este modo, el territorio se convierte en el escenario donde se desarrollan nuevas lecturas globalizadoras y estrategias de uso social de los recursos culturales y naturales, mediante las cuales se pretende dar respuestas adecuadas e imaginativas a las nuevas demandas de los usuarios, cada vez más motivados en descubrir nuevos territorios y culturas, convirtiendo el Patrimonio (entendido de manera integral) en un producto turístico basado en la propia conservación y en la correcta explotación de sus recursos.
Y es que, es el legado cultural y natural quien, en esencia, juega un papel activo en todo este proceso, el cual, correctamente gestionado, acaba por revertir y generar, además, nuevos modelos de gestión y nuevas vías de financiación. 

Actualmente el patrimonio cultural está participando activamente en políticas globales y, más a menudo de los que podría parecer, encabeza estrategias de desarrollo local. Tal es así que en muchos lugares representa el eje fundamental sobre el que se sustentan políticas de promoción y desarrollo de ámbito local, fundamentadas en los recursos endógenos de su propio territorio. Más allá de su innegable valor como referente identitario y recurso para la educación y formación cultural de diferentes sectores sociales, permite unos beneficios económicos indirectos que, por otro lado, permiten una formación y reinserción laboral a la población.

Torre vigía de Torrenueva.

En este sentido, hay que partir de la idea de que todo monumento, resto arquitectónico, arqueológico y/o etnológico, en general, no es más que el claro reflejo del tipo de relaciones Hombre-Hombre y Hombre-Paisaje que han quedado plasmadas en el medio en el que habitamos. Se define de este modo un tipo de interrelación propia y característica que variará según el momento histórico y el grupo socio-cultural que lo protagoniza y que, de una u otra manera, nos han legado. Tan sólo, y no es tarea fácil, hay que saber leer las huellas y evidencias que estas construcciones y paisajes nos transmiten de una u otra forma.

Para ello, primeramente es esencial que la población se sensibilice, no sólo con las construcciones antiguas que todavía hoy día se mantienen en pie en nuestras ciudades y poblaciones, también con todo el patrimonio soterrado y subacuático que aún nos es desconocido dentro del nuestro territorio. Se trata de los restos de nuestro pasado y de nuestros antepasados los cuales, debidamente recuperados, tratados, conservados, protegidos y gestionados, van a permitir conocernos mejor en nuestras relaciones interpersonales y con nuestro medio ambiente, siguiendo la máxima zen de “respeta y conoce, y no temerás”.
No se trata de montones de herramientas antiguas, ni piedras, castillos, casas y edificios a medio caer, sino de un patrimonio que nos pertenece a todos y del que podemos aprender y disfrutar si es recuperado y tratado de manera adecuada. De hecho deberíamos estar obligados a protegerlo y a recuperarlo. Es así que cobran especial importancia las palabras de Dulce Chacón cuando refería que “un pueblo sin memoria es un pueblo enfermo”.

Por otro lado, y no menos importante, corresponde a las autoridades locales, provinciales, autonómicas y, cómo no, estatales, velar por la localización, documentación, recuperación y puesta en valor de todos aquellos elementos y construcciones que han formado, y forman parte, de nuestro pasado y nuestro paisaje en nuestro día a día, devolviéndoselo a la sociedad.

Estamos ante la posibilidad de dejar de vivir de espaldas a nuestro patrimonio y de crear un museo al aire libre en el que se eliminen las barreras que suponen las vitrinas y vallas que separan a unos de otros, de tal modo que se permita la interacción y convivencia del individuo con la cultura material, el monumento y el medio ambiente. Para ello, como se ha dicho, se exige de un lado una actitud de respeto hacia éstos por parte de la población; del otro, una voluntad de recuperación e integración social de todos aquellos elementos que conforman este patrimonio de cara a establecer un proyecto de progreso y futuro sostenibles.

En los últimos años se está empezando a consolidar esta nueva vía de potenciar una convivencia y comprensión del pasado por parte del presente, gracias a proyectos de recuperación del patrimonio local y a nuevas tendencias de puesta en valor, promoviendo una interacción y divulgación integradas, tanto al aire libre como en museos y/o edificios históricos. Una clara muestra de ello, con evidentes resultados y beneficios, incluso económicos de manera directa e indirecta, es el caso de los restos arqueológicos del mercado de El Born (Barcelona), el poblado neolítico de La Draga (Banyoles, Girona), la iglesia prerrománica y su poblado altomedieval de Santa Creu (Port de la Selva, Girona), la villa romana de los Baños de Valdearados (Burgos), el teatro romano de los Títeres (Cádiz), los restos arqueológicos de la Plaza de la Encarnación (Sevilla), el castillo y pósito de Doña Mencía (Córdoba), el castillo y barrio bajomedieval de Luque (Córdoba) o el conjunto de los Dólmenes de Antequera (Málaga), entre otros muchos ejemplos. Más próximo en el marco geográfico que nos ocupa, el complejo industrial de la Azucarera del Guadalfeo, en Salobreña; la creación del Centro de Formación de Energías Renovables en la batería artillera del siglo XVIII de Carchuna; el Centro de Interpretación, en la también batería artillada de La Herradura; o el Museo de Historia de Motril, ubicado en la conocida como Casa Garcés, una edificación de los siglos XVI-XVII y el Museo Preindustrial de la Caña de Azúcar en la Fabrica de La Palma, también en Motril, ambas edificaciones recuperadas y rehabilitadas para tal fin.

Museo de Historia de Motril.

Se trata, en resumen, de una tendencia mediante la cual se pretende cambiar el prisma con el que se suelen ver y concebir los restos y monumentos históricos, así como el entorno natural y paisajístico en el que se insertan, dejando de considerarlos como meros montones de piedras por la ruina y el mal estado en el que se encuentran, fruto de la dejadez y desconsideración recibida, tanto por la población en general como por las autoridades competentes, para revertir su situación como elementos con rendimiento patrimonial, social y, en la mayoría de los casos, también económico.  

La costa granadina en general, y el área del estuario del Guadalfeo en concreto, es un territorio que, a pesar de contar con un potencial y un substrato histórico-arqueológico de entidad, no es hasta hace escasamente unas décadas que cuenta con el respaldo que se desearía a nivel de difusión y puesta en valor de restos materiales y de publicaciones científicas y divulgativas que pongan de manifiesto, y a disposición de la sociedad, el patrimonio histórico, arqueológico y, por qué no, etnológico del que ha gozado y del que todavía goza. Y es que, como bien dice un compañero: "la costa hay que moverla!" (¿verdad, Diego?)

A ello bien poco han contribuido, de un lado el fuerte arrasamiento y destrucción que sufrieron múltiples yacimientos durante la segunda mitad del pasado siglo XX, con motivo de la orientación generalizada de los terrenos al cultivo de frutos tropicales, para cuyo desarrollo se hizo necesario un brutal abancalamiento de lomas y laderas, así como por el avance del sector constructivo, claramente enfocado al turismo de Sol y Playa.
Del otro, y de igual gravedad, la insensibilidad, tanto de las autoridades pertinentes como de la población en general, con respecto del patrimonio, no ya del soterrado (y mucho menos el subacuático) sino incluso del emergente, considerándolo como meras ruinas improductivas que obstaculizan el desarrollo económico de esta voraz sociedad actual.
En los últimos años parece que se están empezando a dar los pasos adecuados en este sentido. Se detecta una incipiente voluntad, por parte de los referidos agentes implicados, una mayor sensibilización, concienciación e implicación de cara a poder recuperar, estudiar y, llegado el caso, poner en valor todos aquellos elementos que han formado, y forman, parte de nuestro pasado y nuestro paisaje que sean susceptibles de ser devueltos a la sociedad, con el objeto de apoyarse en ellos e integrarlos en un proyecto de progreso y futuro sostenibles a corto y medio plazo.

Como se ha dicho anteriormente, este  concepto básico viene desarrollándose en las últimas décadas en múltiples países y regiones, los cuales han visto en su patrimonio histórico y cultural una oportunidad bastante rentable para la creación de un modelo de desarrollo sostenible y endógeno, respetuoso con el entorno y encarado a incrementar el producto interior. Ello es posible gracias a una gestión, mejora y potenciación de las actividades artesanales tradicionales y, de manera paralela (y no precisamente menos desdeñable), a la creación de nuevos servicios vinculados al patrimonio y al turismo cultural y natural, con evidentes repercusiones en el sector terciario.
El turismo basado y complementado en la Cultura (que se ha mostrado como una oferta sólida), depende en gran medida de que el visitante disfrute de la experiencia y perciba que tanto el territorio como los recursos patrimoniales son auténticos, y que se enmarcan en un contexto que les resulta agradable y atractivo. Desde esta perspectiva, pues, el turismo que se desarrolla y/o complementa en torno al patrimonio cultural, puede ayudar a reactivar la economía y la vida sociocultural de áreas o zonas concretas. A modo de ejemplo, durante 2012-2013, tan sólo el Castillo de Salobreña acogió un  flujo de visitantes que superó la cifra de 50.000 personas.

Castillo de Salobreña.

Para ello, pues, es necesario que exista una conciencia social sobre la potencialidad y el valor de esas señas de identidad características, legado del pasado, junto a la existencia de proyectos de planificación y ejecución de gestión de estos recursos culturales y naturales a corto y medio plazo por parte de las autoridades y entidades correspondientes e implicadas. En suma, se necesita implicar y concienciar a la población en el valor y uso de los recursos patrimoniales, y acometer las acciones tendentes a ponerlos en valor, garantizando el uso adecuado y la gestión en el tiempo para facilitar su desarrollo y mejora. Como decíamos en la entrada anterior: ¿Utopía?........."mica en mica s´omple la pica" (dicho catalán).