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jueves, 10 de julio de 2014

SALOBREÑA A OJOS DE LOS ROMÁNTICOS. UNA VISIÓN ARTÍSTICO-LITERARIA.

A lo largo del segundo y tercer cuarto de siglo XIX (1830-1850) muchos fueron los autores románticos de renombre, tanto artistas como literatos, que visitaron la Península Ibérica, plasmando con la sugerente pincelada que caracterizaba al emergente movimiento del Romanticismo, el sugerente exotismo de uno de los paisajes y sociedades más puros en este sentido para sus coetáneos: la cultura y sociedad española del diecinueve.
Fue España, pues, uno de los escenarios idóneos, y que más posibilidades ofrecía a estos artistas, para dar rienda suelta al pintoresco y evocador velo romántico del momento. Andalucía, y más concretamente la ciudad de Granada, fueron uno de los principales focos de atracción de estos ensoñadores y añorados artistas.

Y es que la España de la época era considerada por la vieja Europa como un país extraño, distinto, e incluso, asalvajado e incomprensible. Todo ello, junto a su pintoresquismo, sus atávicas tradiciones y la pervivencia de las muchas ruinas medievales, constituían motivos suficientemente atrayentes. Tal es así, que para Allison Peers España era un país romántico “por naturaleza, pues su vida y cultura continúan presentando época tras época las cualidades que la palabra Romanticismo implica”.
Sebastien Mercier refirió que “on sent le romantique, on ne le définit pas”, y es que nos encontramos ante una actitud vital compleja, heterogénea y sutil, en la que prevalece el sentimiento y el subjetivismo frente a la razón, tan imperante en el ámbito intelectual de la época. Ahora es lo personal, el sentimiento causado en la persona, lo que se plasmará en la expresión artística, eje sobre el cual se entenderá el sentido de la vida, buscando en el pasado los valores originales, así como perdidas motivaciones por el ser humano.
Tal subjetivismo dio lugar a un amplio abanico de matices con los que manifestar los diversos y múltiples sentimientos ansiosos de evasión con respecto a la cruda realidad, considerando el pasado como el origen de los sentimientos y actitudes más puras y sinceras. Con ello, las diversas manifestaciones románticas emanarán una constante lucha entre lo que se ve y cómo se percibe.

Se refería anteriormente que la ciudad de Granada suscitó una especial atracción a estos artistas románticos. Personajes tan eminentes como Gautier, Delacroix, Doré, Davillier, Matisse, Ford, Breton, Lavallée, Girault de Prangey o Irving visitaron, e incluso se instalaron, la antigua capital nazarí, fuente inagotable de materia prima, tanto por la cantidad y calidad de sus edificios y monumentos medievales, como por el aire pintoresco, primario e incluso a veces grotesco, de la ciudad y de sus habitantes. A ellos añadir autores españoles y locales fervientes seguidores de este nuevo modo de ver y entender la vida y la realidad, tales como Zorrilla, Gayangos, Lafuente Alcántara, Fortuny o Simonet.
Para el caso de Salobreña, son escasos los testimonios que nos han llegado, la mayoría de los cuales sobrios en detalles, correspondientes a meras descripciones generales. Con todo, espléndidas excepciones las constituyen los relatos de Irving y dos pasteles de Delacroix.


Como se ha dicho, escasos y parcos son los testimonios de románticos españoles que refieren de algún modo a la Salobreña del diecinueve. Es el caso de FRANCISCO MARTÍNEZ DE LA ROSA. Este ilustre profesor de Filosofía en la Facultad de Letras de la Universidad de Granada nació en esta ciudad en 1787 y murió en Madrid en 1862. Durante la Guerra de la Independencia estuvo en Cádiz como miembro de la Junta de Defensa de Granada y como diputado por dicha ciudad en la Asamblea. Fue autor de varias obras de las que le sobrevivirá tan sólo su trabajo histórico “Hernán Pérez del Pulgar, el de la Hazaña (1834), en el cual describe el intento de Boabdil de tomar la fortaleza de Salobreña en 1490:

“...la fortaleza de Salobreña, escasa de presidio, de manteni­mien­tos, de agua: en términos que con sólo mostrarse en el ameno valle que a su falda se extiende, le abrirían la puertas del mar el resguar­dado castillo, si bien fuerte de sitio, en la cima de un monte, áspera la subida de un lado, y guarnecido por la parte opuesta con las olas del mar.”

Otro ejemplo lo representa MÁXIMO LAGUNA VILLANUEVA. Célebre ingeniero, botánico y entomólogo, llegó a ser Director de la Escuela Especial de Ingenieros de Montes de El Escorial (entre 1871 y 1878) y Jefe de la Comisión  de la Flora Forestal de España (1866-1888), entre otros. En su discurso pronunciado en el Ateneo de Madrid el 11 de marzo de 1884, al hablar de Sierra Nevada remarca:

La vista de Sierra Nevada desde el mar, con el fondo majestuoso del Mulhacén nevado, como fondo de los pueblos de la Alpujarra, la prefiero al paisaje de la Riviera. Un contraste de este tipo, como el que aquí ofrece la naturaleza: el mar azul, frente a los campos verdes de caña de azúcar y patatas a nuestros pies y el imponente Mulhacén nevado, a sólo 30 kms de distancia, no lo ofrece ninguna montaña de Europa.

“Devant de Salobrena et la côte d´Almeria”. Pastel de E. DELACROIX 1832. (ARAMA, A.: Delacroix. Un voyage initiatique…)

Algo más pródigo en su discurso fue MIGUEL LAFUENTE ALCÁNTARA, hermano del arabista Emilio Lafuente Alcántara y miembro de una de las familias más destacadas de Archidona. Ejerció la abogacía en Granada, fue elegido diputado por Archidona en 1846, miembro de la Real Academia de la Historia en 1847 y fiscal de Hacienda en La Habana, donde murió en 1850. En su obra “Historia de Granada: comprendiendo las de sus cuatro provincias Almería, Jaén, Granada y Málaga, desde tiempos remotos hasta nuestros días” (1843) refiere:

La fortaleza de Salobreña. Este alcázar servía de antiguo para retiro de los Reyes de Granada, para depósito de sus tesoros y para prisión de altos personajes por eso allí fue encerrado Yusef con su esposa y servidumbre. No fue tan duro Mohamed que condenó á su inofensivo hermano á una prisión estrecha y sombría. Le permitió pasear por todo aquel valle, el mas hermoso y fértil de toda la costa. En el castillo, construido sobre una colina al borde mismo del mar, descollaba un palacio con ajimeces á todos vientos. Desde los salones del sur se descubrían el Mediterráneo en toda su anchura y la vela de los navíos deslizados sobre las olas: las brisas suaves transmitían á veces el canto de los pescadores y la voz de mando de los marinos, y á veces escuchábase entre el rugido de la tempestad la triste voz de los náufragos. Eran tan deleitosos estos pensiles, que los poetas árabes los comparaban con el Edén."

A pesar de causar mayor impresión a los artistas europeos que la visitaron, éstos no son mucho más expresivos en sus referencias a Salobreña, siendo una notable excepción, como veremos, las de Washington Irving. En este sentido cabe mencionar el caso de RICHARD FORD. Este autor inglés se trasladó a Sevilla (1830-1833) por motivos de salud de su esposa, periodo que aprovechó para viajar por buena parte del país. A lo largo de sus viajes plasmó en su cuaderno de notas costumbres, paisajes, monumentos y obras de arte, dando lugar en 1845 a la publicación  de su “Manual para viajeros por España y lectores en casa” el cual vio la luz en forma de volúmenes por regiones. En la Ruta XXV que le lleva de Adra a Málaga, describe de la siguiente manera su paso por Salobreña:

"La carretera continúa bordeando el mar hasta Salobreña, la ciudad de Salambó (Astarté), que fue en otros tiempos la importante ciudad árabe de Shalúbániah y ahora ha quedado reducida a una aldea; en el castillo roquero los musulmanes guardaban sus tesoros. Ahora es una ruina y la actual pobreza no necesita almacenes.

Erudito acomodado y coleccionista de obras de arte, CHARLES DAVILLIER viajó por buena parte de Europa si bien España siempre le atrajo de manera especial. Privilegiado compañero de viaje fue GUSTAVE DORÉ, una de las grandes figuras del grabado de ámbito europeo por ilustraciones como La Divina Comedia de Dante (1861), Don Quijote (1863) o Las Fábulas de Fontaine (1867), el cual fue plasmando con su obra las narraciones de Davillier. Dicha simbiosis de virtudes literarias y pictóricas dio como resultado la obra conjunta titulada “Voyage en Espagne” (1874). A su paso por Salobreña, en su trayecto de Almería a Málaga, la descripción que de ella ofrecen es bastante escueta:

Poco tiempo después de haber dejado Motril, llegamos a Salobreña, pueblo poco interesante en sí mismo, pero cuya fundación remonta a Salambó en persona. Por lo menos tal es el origen reivindicado para ella por un historiador español, y esto mucho antes del ruido armado alrededor de la Venus fenicia por una novela francesa.”

Más literario es el testimonio de JOHANNES REIN. En 1872, durante el viaje que realiza de Marsella a Marruecos a bordo del vapor “Souéra”, describe la impresión que le causa desde el barco el tramo de costa comprendido entre Almería y Salobreña, con Sierra Nevada al fondo:

Con el avanzar del barco y con la evolución de la luz, se variaba a cada momento la figura y el color de los paisajes. Especialmente impresio­nante era el aspecto que ofrecían la parte más alta de la sierra, donde la cadena de montañas desnudas y colocadas en primera línea permitía, a través de sus profundos barrancos, la visión del fondo nevado, como venía acaeciendo desde Almería, Adra, Motril y Salobreña.

Pero sin duda será WASHINGTON IRVING el que más y mejor plasme la esencia literaria más puramente romántica del momento en Granada a través de sus relatos. Tal fue su fascinación por la ciudad que acabó habitando en ella, instalándose sus primeros años en los palacios nazaríes de la Alhambra. Salobreña será escenario en dos de sus obras más conocidas. Se trata de la “Crónica de la conquista de Granada” (1829) en la cual es referida en dos capítulos. De un lado, en el capítulo sobre la muerte de Muley Hacén, padre y predecesor de Boabdil en el trono, refiere:

En tanto que continuaba en aquella pasiva y desvalida condición, el Zagal manifestó una extraña y súbita ansiedad por la salud de su hermano, ordenando trasladarlo con toda delicadeza y cuidado a Salobreña. Otra plaza fuerte en la costa mediterránea, famosa por sus aires puros y saludables, encargando al alcaide del lugar, quien era un ferviente partidario suyo, no omitir nada para la comodidad y alivio de Muley Hacén.
Salobreña, era un pequeño pueblo, situado en una suave y pedregosa colina, en el centro de una fértil y bella vega, encerrada entre montañas por tres de sus lados y abriendo el cuarto hacia el Mediterráneo. Hallábase protegida por fuertes murallas y un poderoso castillo, considerado como inexpugnable, destinado como residencia para aquellos hijos de reyes y hermanos rebeldes que pudieran comprometer la seguridad del reino. Solazábanse allí los príncipes en sibarítico reposo, disfrutando de deliciosos jardines, perfumados baños y un harén de bellezas a su disposición. Nada les era negado: únicamente la privación de la libertad impedía que esta morada fuese un verdadero paraíso terrenal. Tal fue el delicioso lugar elegido por el Zagal para residencia de su hermano; pero, no obstante su maravillosa salubridad, el achacoso rey expiró a los pocos días de ser trasladado hasta dicho sitio.

Más adelante, relata del siguiente modo la expedición que en agosto de 1490 dirige Boabdil sobre Salobreña (entregada a los castellanos en la Navidad de 1489) en su intento por recuperarla, y cuyo territorio queda descrito con todo lujo de detalles y cierto aire hedonista:

Percatóse Boabdil de que su disminuido territorio se hallaba domina­do muy de cerca por la fortaleza cristiana de Alcalá la Real y también estrictamen­te vigilada por los alcaides como el Conde de Tendilla, capaces de mantenerse por sus propios recursos. Sus correrías y expediciones se encontraban expuestas a ser interceptadas y derrotadas, mientras que la destrucción de la vega había terminado con todos los recursos de que dispo­nía la ciudad para su manteni­miento. Comprendiendo, pues, la necesidad de tener un puerto marítimo, por el cual, como en tiempos pasados, pudiera tener abierta una comunicación con África y obtener así refuerzos y abaste­cimientos allende el mar. Pero todos los puertos estaban en manos de los cristianos y Granada y los retazos de su territorio de ella dependientes hallábanse completamente cercados por tierra.
Ante tal emergencia, Boabdil fijó su atención en el puerto de Salobre­ña. Aquella formidable plaza fuerte, mencionada anteriormente en esta crónica, era considerada como lugar inexpugnable en opinión de los moros, tanto que sus reyes acostumbraban en tiempos de peligro guardar sus tesoros en la ciudadela de esa importante población, construida en una elevada y rocosa colina que dividía una de aquellas ricas y pequeñas vegas o llanuras que yacen abiertas al Mediterráneo, aunque se introducen como profundas y verdes ensenadas en el áspero seno de las montañas. La vega estaba cubierta con una preciosa vegetación, arrozales y algodoneros; alamedas de naranjos, limoneros, higueras y moreras; además, jardines encerrados entre setos de cañaverales, áloes e higueras de la India o chumbas. Frígidos cursos de agua, provenientes de los manantiales y nieves de la Sierra Nevada, conservaban este delicioso valle continuamente fresco y lleno de verdor, casi encerrado enteramente por una cadena de montañas y elevados promontorios que se extendían lejos dentro del mar.
En medio de esta rica vega la roca de Salobreña levantaba su áspero lomo casi dividiendo la vega y avanzando hasta la orilla del mar, con apenas una faja de arenosa playa a sus pies, bañada por las azules olas del Mediterrá­neo. La población cubría la fila y laderas de la colina y aparecía fortificada por robustas murallas y torres, mientras en su parte más alta y escarpada se asentaba la ciudadela, una gran torre que daba la impresión de formar parte de la misma roca viva, cuyas macizas ruinas, tal como hoy pueden ver, atraen la mirada del viajero, a medida que va dando vueltas al camino que baja a la vega.

En uno de sus “Cuentos de la Alhambra” (1832) Salobreña será escenario principal. Se trata de “La leyenda de las tres hermosas princesas”, la cual relata el cautiverio salobreñero de las princesas Zayda, Zorayda y Zoraida:

“Muchos años tenían que pasar para que las princesas llegasen a la edad de peligro: a la edad de casarse. -“Es bueno, con todo, precaverse con tiempo”- dijo el astuto monarca y, en su virtud, decidió encerrarlas en el castillo real de Salobreña. Era este un suntuoso palacio incrustado, por decirlo así, en la inexpugnable fortaleza morisca situada en la cumbre de una colina que domina el mar Mediterráneo, sirviendo de regio retiro en donde los monarcas musulmanes encerraban a los parientes que pudieran poner en peligro su seguridad, permitiéndoles todo género de lujo y diversiones, en medio de las cuales pasaban su vida en voluptuosa indolencia.
Allí vivían las princesas, separadas del mundo, pero rodeadas de comodidades y servidas por esclavos que les adivinaban todos sus deseos. Tenían para su recreo delicio­sos jardines llenos de frutos y flores más raras, con arboledas aromáticas y perfumados baños. Por tres lados daba vista el castillo a un delicioso valle, hermoso y alegre por su rica y variada vegetación, y limitado por las altas montañas de la Alpujarra; por el otro lado dominaba el ancho y resplandeciente mar.” […]
El castillo de Salobreña, como ya se ha dicho, estaba construido en la cúspide de una colina a orillas del Mediterráneo. Una de las murallas exteriores se exten­día por la base de una colina hasta llegar a una roca saliente que dominaba el mar, y con una estrecha y arenosa playa al pie, bañada por las rizadas olas. La pequeña atalaya que se levantaba sobre esta roca se había convertido en una especie de pabellón, desde cuyos ajimeces, cubiertos con celosías, se podía aspirar la brisa del mar. En aquel sitio pasaban las princesas las calurosas horas del mediodía.

“Interior de la Torre de las tres infantas”. EDWIN LORD WEEKS (www.edwinlordweeks.org)

Como ya quedó dicho más arriba, uno de los aspectos que más seducían a estos viajeros románticos, además de las representaciones de edificios singulares, eran los paisajes y escenas costumbristas, es por ello que no son pocas las muestras pictóricas que nos han legado artistas como Doré, Delacroix, Matisse, Rowe o Laborde, así como los españoles Sorolla o Fortuny. Si bien es Granada la niña bonita, Salobreña captará la atención puntual de algunos de estos artistas.

Es el caso de EUGÈNE DELACROIX, el cual formó parte en 1832 de una misión diplomática del gobierno francés por el Magreb. Este periplo a través de Marruecos, Argelia y las costas andaluzas lo irá plasmando en lienzo. El resultado de este viaje y de los documentos pictóricos ha sido publicado recientemente por Maurice Arama en la obra “Delaroix. Un voyage initiatique. Maroc, Andalousie, Algérie” (2006). En él se relata el paso de la expedición frente a las costas salobreñeras y cómo el autor decide plasmarlo sobre el lienzo:

Sur le pont, à l´abri d´une chaloppe, il s´était annexe un point d´observation. Il ne s´était résolu à secouer son indolence que le jeudi 19 janvier après le passage devant Salobrena et les “côtes charmantes à voir”, il avait  alors happé de frottis de pastel ou de jus d´aquarelle, sur un carnet à la italienne, les effets fauces et les harmonies violases dont le ciel habille les roches quand le soir embrasse le firmament.”

“Le 19 Janvier”. Pastel E. DELACROIX 1832. (ARAMA, A.: Delacroix. Un voyage initiatique…)

Comprobamos, pues, cómo una misma realidad, en este caso la Salobreña del diecinueve y su entorno, es percibida y concebida de distinto modo y con diferentes y variados matices según el tamiz con que se observe. Este hecho quedó acentuado por el desarrollado sentido de la susceptibilidad sensorial de que hacían gala estos románticos añorantes de lo original y primario, amantes de lo exótico y fervientes partidarios de las actitudes y aptitudes más básicas y atávicas del alma humana. 

Referencias Bibliográficas

  • ARAMA, M. (2006): Delacroix. Un voyage initiatique. Maroc, Andalousie, Algérie, París.
  • IRVING, W. (1829): Crónicas de la conquista de Granada.
  • IRVING, W. (1832): Cuentos de la Alhambra.
  • VIÑES, C. (1982): Granada en los libros de viaje, Granada.

José María García-Consuegra Flores.








lunes, 3 de marzo de 2014

"De mi corazón al aire" (Vicente Amigo), o de cómo hacer del Patrimonio propio un elemento identitario dinamizador y rentable.

Desde hace unas décadas viene siendo habitual que, especialmente en periodos de crisis como la que sufrimos actualmente, cada uno se busque sus propios recursos mediante los cuales hacer frente y sobrevivir a la grave situación económica y social a la que nos vemos sometidos. En este sentido, especialmente en el ámbito regional (y cada vez más a nivel local), hace ya bastante tiempo que se le está empezando a sacar "provecho" al patrimonio histórico, cultural y natural propio, ante el que hemos vivido de espaldas durante mucho tiempo y cuyo potencial ha sido ignorado en este país, más allá de los espléndidos Paradores y castillos de Playmóvil tan de moda en ciertos años de este país.
Es ahora que las autoridades competentes comienzan a ver que este Patrimonio, lejos de ser un "agujero en el bolsillo" de las arcas públicas, recuperado y bien gestionado puede suponer un importante agente dinamizador, no sólo a nivel económico, sino también en el social, cultural y laboral.

Y es que el uso y disfrute del tiempo libre ha ido adquiriendo cada vez más importancia en los últimos decenios. De manera progresiva se han ido desarrollando nuevas necesidades, tanto individuales como colectivas, en relación con el ocio. Es así como cada día hay más personas y grupos sociales sensibilizados por la diversidad cultural, orientando su tiempo de ocio y disfrute hacia el conocimiento de nuevos entornos, culturas y civilizaciones, huyendo de modelos turísticos convencionales y caracterizados por la masificación y una calidad básica y tradicional de su oferta.

Jardín nazarí de Vélez-Benaudalla.

Este cambio de tendencia ha sido ciertamente aprovechado últimamente por múltiples zonas “deprimidas”, o de segunda línea, por decirlo de alguna manera, pero que cuentan con importantes y destacados recursos culturales, etnológicos y naturales que hasta la fecha no fueron tenidos lo suficientemente en cuenta, manteniéndolos en un segundo plano (en muchos casos incluso en estado de abandono y degradación). Éstos son ahora un elemento clave a la hora de impulsar toda estrategia de desarrollo de estas economías locales y/o regionales, como alternativa para escapar de la situación de regresión socio-económica que nos ha tocado vivir. Es de este modo como, en muchos de los casos, estas “zonas de segunda línea” son susceptibles de convertirse en centros de interés turístico y cultural con gran éxito de oferta y de demanda.

Para ello, como han puesto de manifiesto en los últimos tiempos diversos expertos en dinamización y divulgación del patrimonio, es necesario partir del concepto fundamental de Desarrollo Sostenible, de tal modo que se promocione la recuperación, puesta en valor, conservación y difusión de nuestra herencia histórica y paisajística, con el objeto de que se deriven beneficios de carácter cultural, económico y social. Unos beneficios, por otro lado, que reviertan (al menos una parte de él) en el propio patrimonio y en la sociedad a la que pertenece y que la disfruta.
Este cambio de tendencia en el ámbito del ocio, la cultura y el tiempo libre, ha derivado, además, en una mejor y mayor imbricación de intereses entre el sector turístico y el ámbito del patrimonio. Se han desarrollado nuevos modelos de explotación y uso social de los recursos patrimoniales y naturales, aunque siempre partiendo de la sostenibilidad del modelo de desarrollo.

El Castillejo, Los Guájares.

De este modo, el territorio se convierte en el escenario donde se desarrollan nuevas lecturas globalizadoras y estrategias de uso social de los recursos culturales y naturales, mediante las cuales se pretende dar respuestas adecuadas e imaginativas a las nuevas demandas de los usuarios, cada vez más motivados en descubrir nuevos territorios y culturas, convirtiendo el Patrimonio (entendido de manera integral) en un producto turístico basado en la propia conservación y en la correcta explotación de sus recursos.
Y es que, es el legado cultural y natural quien, en esencia, juega un papel activo en todo este proceso, el cual, correctamente gestionado, acaba por revertir y generar, además, nuevos modelos de gestión y nuevas vías de financiación. 

Actualmente el patrimonio cultural está participando activamente en políticas globales y, más a menudo de los que podría parecer, encabeza estrategias de desarrollo local. Tal es así que en muchos lugares representa el eje fundamental sobre el que se sustentan políticas de promoción y desarrollo de ámbito local, fundamentadas en los recursos endógenos de su propio territorio. Más allá de su innegable valor como referente identitario y recurso para la educación y formación cultural de diferentes sectores sociales, permite unos beneficios económicos indirectos que, por otro lado, permiten una formación y reinserción laboral a la población.

Torre vigía de Torrenueva.

En este sentido, hay que partir de la idea de que todo monumento, resto arquitectónico, arqueológico y/o etnológico, en general, no es más que el claro reflejo del tipo de relaciones Hombre-Hombre y Hombre-Paisaje que han quedado plasmadas en el medio en el que habitamos. Se define de este modo un tipo de interrelación propia y característica que variará según el momento histórico y el grupo socio-cultural que lo protagoniza y que, de una u otra manera, nos han legado. Tan sólo, y no es tarea fácil, hay que saber leer las huellas y evidencias que estas construcciones y paisajes nos transmiten de una u otra forma.

Para ello, primeramente es esencial que la población se sensibilice, no sólo con las construcciones antiguas que todavía hoy día se mantienen en pie en nuestras ciudades y poblaciones, también con todo el patrimonio soterrado y subacuático que aún nos es desconocido dentro del nuestro territorio. Se trata de los restos de nuestro pasado y de nuestros antepasados los cuales, debidamente recuperados, tratados, conservados, protegidos y gestionados, van a permitir conocernos mejor en nuestras relaciones interpersonales y con nuestro medio ambiente, siguiendo la máxima zen de “respeta y conoce, y no temerás”.
No se trata de montones de herramientas antiguas, ni piedras, castillos, casas y edificios a medio caer, sino de un patrimonio que nos pertenece a todos y del que podemos aprender y disfrutar si es recuperado y tratado de manera adecuada. De hecho deberíamos estar obligados a protegerlo y a recuperarlo. Es así que cobran especial importancia las palabras de Dulce Chacón cuando refería que “un pueblo sin memoria es un pueblo enfermo”.

Por otro lado, y no menos importante, corresponde a las autoridades locales, provinciales, autonómicas y, cómo no, estatales, velar por la localización, documentación, recuperación y puesta en valor de todos aquellos elementos y construcciones que han formado, y forman parte, de nuestro pasado y nuestro paisaje en nuestro día a día, devolviéndoselo a la sociedad.

Estamos ante la posibilidad de dejar de vivir de espaldas a nuestro patrimonio y de crear un museo al aire libre en el que se eliminen las barreras que suponen las vitrinas y vallas que separan a unos de otros, de tal modo que se permita la interacción y convivencia del individuo con la cultura material, el monumento y el medio ambiente. Para ello, como se ha dicho, se exige de un lado una actitud de respeto hacia éstos por parte de la población; del otro, una voluntad de recuperación e integración social de todos aquellos elementos que conforman este patrimonio de cara a establecer un proyecto de progreso y futuro sostenibles.

En los últimos años se está empezando a consolidar esta nueva vía de potenciar una convivencia y comprensión del pasado por parte del presente, gracias a proyectos de recuperación del patrimonio local y a nuevas tendencias de puesta en valor, promoviendo una interacción y divulgación integradas, tanto al aire libre como en museos y/o edificios históricos. Una clara muestra de ello, con evidentes resultados y beneficios, incluso económicos de manera directa e indirecta, es el caso de los restos arqueológicos del mercado de El Born (Barcelona), el poblado neolítico de La Draga (Banyoles, Girona), la iglesia prerrománica y su poblado altomedieval de Santa Creu (Port de la Selva, Girona), la villa romana de los Baños de Valdearados (Burgos), el teatro romano de los Títeres (Cádiz), los restos arqueológicos de la Plaza de la Encarnación (Sevilla), el castillo y pósito de Doña Mencía (Córdoba), el castillo y barrio bajomedieval de Luque (Córdoba) o el conjunto de los Dólmenes de Antequera (Málaga), entre otros muchos ejemplos. Más próximo en el marco geográfico que nos ocupa, el complejo industrial de la Azucarera del Guadalfeo, en Salobreña; la creación del Centro de Formación de Energías Renovables en la batería artillera del siglo XVIII de Carchuna; el Centro de Interpretación, en la también batería artillada de La Herradura; o el Museo de Historia de Motril, ubicado en la conocida como Casa Garcés, una edificación de los siglos XVI-XVII y el Museo Preindustrial de la Caña de Azúcar en la Fabrica de La Palma, también en Motril, ambas edificaciones recuperadas y rehabilitadas para tal fin.

Museo de Historia de Motril.

Se trata, en resumen, de una tendencia mediante la cual se pretende cambiar el prisma con el que se suelen ver y concebir los restos y monumentos históricos, así como el entorno natural y paisajístico en el que se insertan, dejando de considerarlos como meros montones de piedras por la ruina y el mal estado en el que se encuentran, fruto de la dejadez y desconsideración recibida, tanto por la población en general como por las autoridades competentes, para revertir su situación como elementos con rendimiento patrimonial, social y, en la mayoría de los casos, también económico.  

La costa granadina en general, y el área del estuario del Guadalfeo en concreto, es un territorio que, a pesar de contar con un potencial y un substrato histórico-arqueológico de entidad, no es hasta hace escasamente unas décadas que cuenta con el respaldo que se desearía a nivel de difusión y puesta en valor de restos materiales y de publicaciones científicas y divulgativas que pongan de manifiesto, y a disposición de la sociedad, el patrimonio histórico, arqueológico y, por qué no, etnológico del que ha gozado y del que todavía goza. Y es que, como bien dice un compañero: "la costa hay que moverla!" (¿verdad, Diego?)

A ello bien poco han contribuido, de un lado el fuerte arrasamiento y destrucción que sufrieron múltiples yacimientos durante la segunda mitad del pasado siglo XX, con motivo de la orientación generalizada de los terrenos al cultivo de frutos tropicales, para cuyo desarrollo se hizo necesario un brutal abancalamiento de lomas y laderas, así como por el avance del sector constructivo, claramente enfocado al turismo de Sol y Playa.
Del otro, y de igual gravedad, la insensibilidad, tanto de las autoridades pertinentes como de la población en general, con respecto del patrimonio, no ya del soterrado (y mucho menos el subacuático) sino incluso del emergente, considerándolo como meras ruinas improductivas que obstaculizan el desarrollo económico de esta voraz sociedad actual.
En los últimos años parece que se están empezando a dar los pasos adecuados en este sentido. Se detecta una incipiente voluntad, por parte de los referidos agentes implicados, una mayor sensibilización, concienciación e implicación de cara a poder recuperar, estudiar y, llegado el caso, poner en valor todos aquellos elementos que han formado, y forman, parte de nuestro pasado y nuestro paisaje que sean susceptibles de ser devueltos a la sociedad, con el objeto de apoyarse en ellos e integrarlos en un proyecto de progreso y futuro sostenibles a corto y medio plazo.

Como se ha dicho anteriormente, este  concepto básico viene desarrollándose en las últimas décadas en múltiples países y regiones, los cuales han visto en su patrimonio histórico y cultural una oportunidad bastante rentable para la creación de un modelo de desarrollo sostenible y endógeno, respetuoso con el entorno y encarado a incrementar el producto interior. Ello es posible gracias a una gestión, mejora y potenciación de las actividades artesanales tradicionales y, de manera paralela (y no precisamente menos desdeñable), a la creación de nuevos servicios vinculados al patrimonio y al turismo cultural y natural, con evidentes repercusiones en el sector terciario.
El turismo basado y complementado en la Cultura (que se ha mostrado como una oferta sólida), depende en gran medida de que el visitante disfrute de la experiencia y perciba que tanto el territorio como los recursos patrimoniales son auténticos, y que se enmarcan en un contexto que les resulta agradable y atractivo. Desde esta perspectiva, pues, el turismo que se desarrolla y/o complementa en torno al patrimonio cultural, puede ayudar a reactivar la economía y la vida sociocultural de áreas o zonas concretas. A modo de ejemplo, durante 2012-2013, tan sólo el Castillo de Salobreña acogió un  flujo de visitantes que superó la cifra de 50.000 personas.

Castillo de Salobreña.

Para ello, pues, es necesario que exista una conciencia social sobre la potencialidad y el valor de esas señas de identidad características, legado del pasado, junto a la existencia de proyectos de planificación y ejecución de gestión de estos recursos culturales y naturales a corto y medio plazo por parte de las autoridades y entidades correspondientes e implicadas. En suma, se necesita implicar y concienciar a la población en el valor y uso de los recursos patrimoniales, y acometer las acciones tendentes a ponerlos en valor, garantizando el uso adecuado y la gestión en el tiempo para facilitar su desarrollo y mejora. Como decíamos en la entrada anterior: ¿Utopía?........."mica en mica s´omple la pica" (dicho catalán).

viernes, 28 de febrero de 2014

"BIDAIAH"


Nos iniciamos en esta andadura sin saber muy bien por dónde va a salir el tiro, aunque con la ilusión y la esperanza de pensar que estamos aportando un granito de arena a la causa de poder contribuir a difundir y dar a conocer el rico patrimonio histórico y cultural de una región, el bajo Guadalfeo, que, por sus particulares condiciones geofísicas y climáticas, ha sido (y todavía hoy es) foco de atención y atracción para las diferentes culturas y comunidades que, a lo largo de los siglos (ya desde época prehistórica), decidieron establecerse en esta privilegiada porción de la actual costa granadina.


Mapa del delta del Guadalfeo (año de 1722).

Una vez superado (o eso esperamos) el devastador periodo en el que la implantación de los cultivos tropicales y el desarrollo del turismo de masas (el tan nostrado turismo de Sol y Playa) en la región propició la destrucción y desaparición de no pocos yacimientos de la zona, es el momento de que, tanto la población como las propias autoridades competentes, se sensibilicen y tomen conciencia de su propio Patrimonio, o de lo que queda de él. Es hora de que se haga entender que esos muros derruidos, esos edificios destartalados, esos "pipotes y botijos" que se diseminan por diversos puntos de esta geografía, esas plantas y fauna, ese paisaje y biodiversidad, constituyen (o deberían de constituir) y han contribuido a forjar nuestra identidad como personas y nuestra manera de ser, estar, comprender y de relacionarnos con el mundo que nos rodea.

Estamos ante una región que ha tenido un destacado papel y relevancia en los diferentes periodos históricos, siendo escenario de hechos, procesos y acontecimientos de peso; además de cuna y asilo de comunidades y personajes de renombre en diversos ámbitos, como la cultura, la política o la religión.
Históricamente, esta zona, correspondiente al último tramo del curso del Guadalfeo, se ha articulado de manera bastante compacta y homogénea, aunque siempre dentro de la órbita de preponderancia de Almuñécar. Se articula en torno al propio río, el mar, las diversas sierras que la circundan y la vega que, a lo largo del tiempo, se ha ido formando con las deposiciones aluviales. A ello, añadir aquellas zonas que, en cierto modo, se le adscribían (Las Guájaras y los Llanos de Carchuna-Calahonda). En base a este criterio, pues, acotamos un territorio comprendido entre Vélez-Benaudalla y las Guájaras (por el norte), Salobreña (por el oeste) y Carchuna-Calahonda (por el este), englobando en su interior las localidades de Molvízar, Lobres y Motril.




Mediante esta plataforma, bien que de manera modesta, aunque constante y pertinaz, intentaremos poner de relieve y dar a conocer el rico patrimonio de esta región. Pero no sólo aquél patrimonio de carácter histórico, natural y monumental. También el panorama cultural actual: un panorama artístico-literario formado tanto por autores y artistas locales como foráneos, en el campo de la literatura, la fotografía, la pintura, la música, las artes escénicas, la educación, la divulgación, etc., tan plausible a través de los múltiples festivales, actos y jornadas veraniegas que las diferentes localidades organizan y promueven.

Para ello, pues, presentamos esta plataforma en la que tendrán cabida todas las aportaciones en este sentido, intentando configurar un repertorio de "colaboradores", por así decirlo, con inquietudes y formación diversa (arqueólogos, geólogos, biólogos, educadores, fotógrafos, literatos, músicos, periodistas...), los cuales ofrecerán y expondrán artículos, reseñas, valoraciones, eventos culturales, etc. Todo ello siempre de manera divulgativa y con el rigor exigible a la hora de presentar informaciones y conocimientos veraces y respetuosos, que pongan de relieve todos aquellos aspectos y elementos citados anteriormente y que conforman el Patrimonio Histórico y Cultural de esta región del bajo Guadalfeo, como signos identitarios que son, susceptibles, además, de generar riqueza y desarrollo local (cultural y, ¿por qué no?, económico y social), siempre que sean bien llevados y gestionados. Y para ello, como se ha dicho anteriormente, es necesaria la concienciación e implicación tanto de la sociedad como de las autoridades correspondientes (Ayuntamientos, Diputación, Delegación). ¿Utopía?........¡¡¡Habrá que intentarlo!!!

Vista aérea del delta del Guadalfeo (década de 1960).