Si
bien un Paisaje, en general, se define por una serie de características
morfológicas, estructurales y funcionales, y un Paisaje Natural encuentra en la
conservación de la biodiversidad y la integridad del Ecosistema los elementos
que lo caracterizan, los Paisajes Culturales centran sus elementos definitorios
en la historia humana, en la continuidad de las tradiciones culturales y en los
valores sociales de las diversas comunidades históricas que han ido ocupando y
explotando un territorio más o menos definido y acotado a lo largo de los
diversos periodos históricos.
En
este sentido, un PAISAJE CULTURAL es el resultado de la interacción de las
diferentes comunidades humanas con el medio natural en el que se insertan a lo
largo del tiempo, dando lugar a un territorio que es percibido y valorado por
sus cualidades culturales. Es, pues, producto del citado proceso e interacción
Hombre-Entorno, fundamento y soporte de la identidad de una comunidad.
Con
ello, el término Paisaje Cultural abarca una diversidad de manifestaciones fruto
de la referida interacción entre el Hombre y el Medio Ambiente natural en el
que se desenvuelve, reflejando con frecuencia técnicas específicas del uso y
explotación (más o menos) sostenible de la tierra y sus recursos, tomando en
consideración las características y límites del entorno natural en el que están
establecidas, así como la relación espiritual específica con la Naturaleza.
En
1992 se celebró en Santa Fe (Nuevo México) la Convención de Patrimonio de la
Humanidad, siendo el primer instrumento legal internacional para el reconocimiento
y la protección de los Paisajes Culturales. En esa su decimosexta reunión, el citado
Comité estableció una serie de pautas a seguir y tener en cuenta con respecto
de la inclusión de estos Paisajes en la Lista del Patrimonio de la Humanidad,
reconociendo en el Artículo 1 de dicha Convención que los Paisajes Culturales
representan las "obras combinadas de
la naturaleza y el hombre", en tanto que se trata de un tipo de
Paisajes ilustrativos de la evolución de las sociedades históricas y a través
del tiempo bajo la influencia de las restricciones físicas y/o las
oportunidades que brindaba su entorno natural, junto a las sucesivas fuerzas
sociales, económicas y culturales generadas, tanto internas como externas.
De
igual modo, distinguieron entre tres categorías de Paisajes Culturales, a
saber:
- Paisaje claramente definido. Paisaje creado y diseñado intencionadamente por el ser humano. Se trata de paisajes ajardinados y parques construidos por razones estéticas, asociados o no a edificios religiosos y/o a monumentos.
- Paisaje evolucionado orgánicamente. Paisaje que ha evolucionado hasta la forma actual como respuesta a la adecuación de una comunidad a su entorno. Este proceso se refleja a su vez en dos subtipos:
ü El paisaje vestigio, aquel cuyo
proceso evolutivo concluyó en el pasado pero sus rasgos característicos son
todavía visibles materialmente.
ü El paisaje vivo, el que conserva un papel social
activo en la sociedad contemporánea, asociado al modo de vida tradicional y
cuyo proceso de evolución sigue activo.
- · Paisajes culturales asociativos. Paisajes en los que existen fuertes vínculos religiosos, artísticos o culturales con el medio natural, no siendo necesarias pruebas culturales materiales, las cuales pueden ser poco significativas e incluso inexistentes. Es el caso, a modo de ejemplo, del Palmeral de Elche (Alicante), inscrito en la lista del Patrimonio Mundial en el año 2000; o los regadíos de origen nazarí del Valle y Sierra de la Alpujata, en Monda (Málaga), la cual conserva una extensa red de acequias y albercas que dan sustento a numerosas huertas y varios molinos harineros de época andalusí.
En
nuestra región contamos, por ahora, con un único Paisaje de Interés Cultural
catalogado por el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico de la Conserjería
de Cultura de la Junta de Andalucía, se trata del Paisaje Minero de Sierra
Lújar (al cual no le vendría nada mal, por otro lado, la declaración de Parque
Natural). A él añadir el Paisaje Agrario del Alto Río Verde (http://www.juntadeandalucia.es/cultura/blog/registro-de-paisajes-de-interes-cultural-de-andalucia-una-seleccion-de-paisajes-para-su-conocimiento-y-valorizacion-como-patrimonio-cultural/).
Con
toda seguridad, el importante Patrimonio Industrial que representan los
diversos complejos fabriles azucareros que se diseminan por nuestra recoleta (a
nivel patrimonial) geografía costera, cumple con las condiciones esenciales y
exigibles para merecer engrosar ese listado para la provincia de Granada. Así
lo corroboran la declaración de Lugar de Interés Etnológico de la Azucarera
Nuestra Señora del Rosario de Salobreña, o la de Bien de Interés Cultural de la
Fábrica del Pilar de Motril, los Primi
Pilari de este importante bagaje industrial azucarero que hizo de esta
región uno de los pocos espacios geográficos con más fábricas por metro
cuadrado de Europa en el periodo de finales del siglo XIX y principios del XX,
albergando un verdadero tesoro en su interior en forma de maquinaria.
Es
precisamente éste último caso, futura sede del Museo Industrial del Azúcar y
pretendido referente museístico y de investigación sobre el azúcar y sus
procesos de elaboración, que ha sido noticia en las últimas semanas con motivo de las
obras de rehabilitación de su imponente chimenea, que el otoño pasado sufrió
las consecuencias de un fuerte temporal, el cual socavó su estructura con grave
peligro de derrumbe.
Es
en esta inercia informativa generada que, además, se ha hecho saber que dicha
fábrica optará a beneficiarse de 2,2 millones de Euros procedentes de fondos
europeos, los cuales han de propiciar ese impulso definitivo hacia el ansiado
(suponemos) y merecido puesto de referencia patrimonial, cultural e
investigador. Si es que finalmente nuestras autoridades “competentes” toman
cartas en el asunto de manera decidida (en cuanto festivales y canonizaciones
dejen un poco de margen de actuación).
Y
es que la propuesta presentada en su día ciertamente es ambiciosa, contando con
un Plan Director aprobado el pasado año 2015, en el que se contemplan varios
núcleos museísticos interiores y exteriores mediante los cuales exponer y recrear
el proceso de recepción y transformación de la caña, y la posterior elaboración
del azúcar. A ello añadir la presencia de espacios expositivos y de
documentación e investigación de material de archivo y documental. Todo
aderezado con una cafetería-restaurante temática en torno al azúcar y sus usos
y bondades gastronómicas.
Todo
un reto que, de conseguirse, verdaderamente supondrá un excelente complemento
museístico al también motrileño Museo Preindustrial de la Caña y a la oferta
cultural y turística de la región, esperando animar y fomentar la recuperación
de otros complejos fabriles de la zona que engrosen el catálogo de este Paisaje
Cultural azucarero de primer nivel tan nuestro y tan característico, a la
espera como están de que les quitemos ese espeso y pesado velo que supone el
olvido, el abandono y la dejadez con que la sociedad y las administraciones
tratan a sus “trastos viejos” en favor de alternativas de inmediata y lustrosa
repercusión-compensación económica en forma de Festivales, Sacras y Patrias Coronaciones o el tan de moda postureo gatronómico postmoderno, lo cual también está bien, no siendo (o no debería serlo) incompatibles, a nivel presupostario y de inversión, con la apuesta por otros ámbitos patrimoniales.
Un
importante primer paso a tal efecto sería el de concienciar a las autoridades,
especialmente locales, de que el Patrimonio no se pinta de uno u otro color
político según los tiempos, sino que debería ser tomado como propio por parte
de todas las fuerzas políticas, aunando esfuerzos para proponer y sacar
adelante proyectos tan ambiciosos como puede ser el del Museo del Azúcar de la
Fábrica del Pilar, pues trabajan (en gobierno y en oposición) por y para el
Bien de la Sociedad, que es al fin y al cabo a quien pertenece el Patrimonio y
a quien debe regresar para su uso y disfrute social, cultural y, por qué no,
económico. Sí…… ardua tarea.
Con
lo expuesto, pues, la conservación, protección y correcta gestión de nuestros
paisajes culturales puede contribuir, como ya se está demostrando, a las
técnicas modernas de uso sostenible del territorio, así como mantener e
incrementar los valores naturales del paisaje. No en vano, la continuada
existencia de formas tradicionales de uso y explotación de la tierra sostiene
la diversidad biológica en muchas regiones de la tierra. Ello se antoja, por lo
tanto, útil y necesario para el mantenimiento de la diversidad biológica.
En
este sentido, la Estrategia Territorial Europea (ETE) considera igualmente los
Paisajes Culturales como un factor económico importante para el desarrollo
sostenible, siendo España uno de los países con mayor diversidad de paisajes
culturales, los cuales son cada vez más objeto de estrategias de desarrollo
turístico y territorial por parte de las distintas administraciones, evitando
de este modo las amenazas a las que suelen están sometidos por múltiples
intereses.
Se
trata de planes y estrategias de desarrollo y gestión sostenible basados
esencialmente en la sensibilización de la población, la participación pública
(e incluso privada) en relación con los valores colectivos del territorio y en
la introducción de los paisajes culturales en la educación y formación de
expertos y técnicos en Gestión del Patrimonio y Paisajismo. Para ello, como
instrumento fundamental previo a su especial protección se hace necesaria la
catalogación de los diversos espacios y entornos, fundamentada en una serie de criterios
de valoración:
- Valores intrínsecos (representatividad, ejemplaridad, autenticidad y singularidad).
- Valores patrimoniales (significación histórica, social, ambiental o procesual).
- Valores potenciales y viabilidad (situación que permita su gestión, la prevención de su vulnerabilidad, rentabilidad social).
Otros
instrumentos a tener en cuenta e igualmente necesarios son:
- Las fuentes de información existentes (inventarios o registros documentales).
- La elaboración de estudios integrales o específicos, Planes Directores de actuación, Proyectos de intervención que marquen las pautas a seguir y, finalmente, un Plan de Gestión o conjunto de acciones que garanticen un desarrollo sostenible.
Finalmente, otro
aspecto de capital importancia (y a menudo fundamental) son, evidentemente, las
fuentes de financiación. Pero eso, querido Sancho, es ya otro cantar.
José María García-Consuegra Flores.
Historiador y Arqueólogo.
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