martes, 29 de noviembre de 2016

HAMID AL-SALAWBINI. "Retorno a la Madina de los dos mares".


REENCUENTRO DE VIEJAS AMISTADES Y HUIDA MAR ADENTRO.

La Madina era un laberíntico entramado de serpenteantes y empinadas callejas, estrechas y tortuosas, aunque agradablemente flanqueadas por las casas encaladas, con coloridos y fragantes mechones de jazmín, penachos de dama de noche, retama, romero y tomillo que amenizaban el tránsito y el trajín de vecinos y mulas de día, y los parsimoniosos paseos nocturnos.


En ese apacible y melancólico paseo de media tarde, Hamid se dirigió hacia otro de los rincones que marcaron su adolescencia, ese periodo en el que dejó de interesarle el corretear y saltar con Ruyyi, su compañero de aventuras, por las agrestes callejuelas de la Madina; y de pasar las horas libres que le permitía Sahid tras cumplir con los quehaceres que éste le imponía, entre las grandes rocas del tajo y los embelesamientos en el área portuaria, viendo ir y venir las barcas y embarcaciones en las últimas horas del día y observando la huída del Sol.


Fue ese periodo, la adolescencia, cuando, por subliminal influencia de Sahid, el impetuoso Hamid conoció a Ibrahim y su pequeña librería, siempre bien acompañado de su esposa Hind. Fue allí donde progresivamente Hamid acabó pasando buena parte de sus tardes libres, cuando empezó a descubrir de la mano de este parsimonioso y curioso librero lo que eran y, sobretodo, lo que representan y significan los libros, más allá del mero concepto material. Fue allí donde conoció diversas y diferentes formas de ver y entender el mundo en el que se movía y las personas que le rodeaban. Fue allí, en definitiva, donde por primera vez tuvo consciencia de sí mismo como Persona. Y en ello no poco fue lo que tuvieron que ver tanto Ibrahim como Sahid.

A medida que se aproximaba a la plaza principal, donde todas las mañanas el espacio público era invadido por una gran variedad de frutas, verduras, objetos de todo tipo y utilidad, olores, colores y gritos, notaba cómo se le aceleraba el corazón, especialmente cuando enfiló el callejón que desde una de las esquinas de la plaza descendía de forma paralela al paño de muralla.
Cuando inició el descenso en dirección al pequeño adarve donde Ibrahim tenía ese modesto rincón de cultura silente, el olor a libros y a jazmín ya le invadía los sentidos (o eso creía), le entornaba los ojos y le provocaba esa sonrisa tonta del placer añorado.


Ya en la entrada del adarve, paró unos segundos encarado hacia el pequeño espacio frente a la puerta en la que Ibrahim instalaba cada mañana una pequeña estera con libros de todo tipo y tamaño, siempre diferentes. Una vez en el umbral la visión del interior le llevó a revivir aquéllos años de ávidas lecturas recomendadas por Ibrahim y los sabrosos tés y dulces de Hind. Aparentemente todo seguía en el mismo sitio: la estera de lana que daba la bienvenida a los visitantes, las mesillas largas y estrechas de los laterales y los estantes del fondo, igualmente repletos de libros y, en la esquina de la izquierda, escorada, la pequeña mesa de madera de olivo rebosante de libros, pergaminos y candiles sobre los que asomaba la reluciente coronilla de Ibrahim.


Fueron unos instantes en los que Hamid no pudo articular palabra, embargado como estaba de esos pasajes y sensaciones pasadas tan vívidas que lo tenían como en una nebulosa del tiempo cuando asomó al interior de aquel espacio abigarrado y de poca altura. Un espacio siempre en penumbra, sólo iluminado por los múltiples candiles que dotaban al interior de ese ambiente ambarino tan sugerente a la lectura y la reflexión, perfectamente amenizado por el aroma a mirto, romero o lavanda con que aromatizaba Hind los quemadores, estratégicamente dispuestos.
Así que fue Ibrahim quien le reprochó, sin alzar la vista de la punta de su caña de escritura:
- ¿Cuándo pensabas venir, gorrión?

“Gorrión”… ese calificativo le devolvió a la realidad. ¿Cuánto tiempo hacía que no lo llamaban así?...
- ¡Ibrahim! -Notó que de golpe la garganta se le secaba-.
- Sabía que tarde o temprano acabarías pasando de nuevo por aquí – dijo Ibrahim con esa sonrisa de satisfacción en la cara mientras lo buscó con la mirada-.
- ¿Cómo…?
- ¡Siempre noté ese halo que desprendes tan particular, gorrión! –le cortó. Ayer, Hind y yo te vimos a lo lejos en la plaza, ibas como si hubieras visto una aparición en el cielo, en dirección a la mezquita. Me costó contener a Hind en su impulso de gritarte, le dije que no se preocupara, que vendrías a vernos… siempre lo supe, era cuestión de tiempo. Sólo me angustiaba que lo hicieras antes de que plantaran mi oreja derecha contra la roca. ¡Y así ha sido, pues!
- Está todo igual, Ibrahim, las mesas, los estantes…. ¡los candiles! Siegues siendo tan cuidadoso como tacaño, ¿eh? --Hamid esbozó una sonrisa mientras se le iluminaban los ojos de emoción-.
- Te equivocas, gorrión. Sólo en apariencia está todo igual que siempre. Uno cuando mira el mar ve una superficie uniforme, a veces plácida, otras, alterada. Una uniformidad que nada tiene que ver con lo que en realidad bulle bajo esa superficie, donde todo está en continuo cambio para que nada cambie, paradójicamente. Es uno de los más graves def…
- Defectos del Hombre –le cortó Hamid- el Mirar en lugar de Ver.
- ¡Exacto! ¡Jaja! Ya se lo decía yo a Sahid… “este chico es un zorro, Sahid. Un gamberro, sí, pero dale tiempo y no lo fuerces. Deja que busque su cauce libremente.”

Señalándole con la mirada la esquina frente a su mesa le matizó:
- Bueno, en realidad sólo esa esquina está inmutable desde que te fuiste.

Hamid miró hacia donde le indicaba Ibrahim y constató que ahí seguía su “cueva”, como denominaba el viejo librero al espacio donde Hamid pasaba las horas y las tardes, con su estera, sus grandes y mullidos almohadones, su Miqra´a (atril) de madera de pino y, en él, abierto casi por la mitad, “su libro”.
- Pero…. ¿cómo…?... ¿Todavía lo conservas?
- ¡Pues claro! ¿Cuántas veces te he dicho que los libros son nuestros pilares como personas? Especialmente algunos, como éste lo fue para ti. Además, qué te crees, yo todavía lo sigo leyendo y consultando.

Se trataba del “Lenguaje de los pájaros”, una de las obras cumbre del sufismo persa, redactada por el maestro Farid Uddin Fattar en el siglo XII como alegoría del viaje espiritual del  Alma en busca de su unión con la Divinidad.

Uno de los muchos libros de cabecera de Ibrahim, cuando se percató de que llamaba la atención del joven Hamid, comenzó a dejarlo, “descuidadamente”, a su alcance, hasta que finalmente acabó siendo devorado por las curiosas pupilas de aquel “gorrión inquieto y preguntón”. Ése fue el punto de partida de Hamid en la senda de la Vía y que le cambiaría su visión y percepción del mundo y de las personas, así como el modo en que interactuaba con ellos y consigo mismo. Luego vendrían muchos más, si bien siempre regresaba a ese Lenguaje de los pájaros.

En ese momento, el alarido de alegría de Hind cortó de raíz la caricia venerable que Hamid realizaba sobre una de sus páginas y la orgullosa sonrisa del librero. Hind, aturullada y sin parar de agitar los brazos, bajaba los estrechos y vertiginosos escalones, rebotando con sus hombros en una y otra pared alternativamente mientras no parar de repetir su nombre. A Hamid le dio el tiempo justo a levantarse antes de que ella se abalanzara sobre él y lo apretujara en un fuerte y sentido abrazo.

Ya liberado, y mientras ella lo tenía fuertemente cogido por los codos, consiguió besar a Hind en esas mejillas regordetas y siempre fresquitas que de nuevo le devolvieron al pasado.
- Justo ahora acabo de hacer té mentolado con tomillo y de preparar unos pastelillos de pistacho y miel para el viejo aburrido este, que hace más compañía a los libros que a su propia mujer. ¡Siéntate, siéntate y me cuentas!
- No, Hind, no puedo quedarme. He pasado a saludaros porque he quedado con Ruyyi en los embarcaderos, y no quería dejar de pasar por aquí antes. Pero te prometo que en los próximos días vuelvo y hablamos con toda tranquilidad.
- ¿Pero has vuelto para quedarte o estás de pasada, Hamid? –le preguntó el librero-.
- Bueno, aún no lo sé. No me gusta cómo están las cosas, y he visto y vivido cosas en Gharnata que no me gustaron ni presagian nada bueno. Pero ya lo hablaremos. Como te digo, prometo volver con el tiempo y la atención que os merecéis.
- De acuerdo, no te preocupes, nosotros no nos vamos a mover de aquí, como bien puedes suponer –bromeó.
- Bueno, eso espero –dijo Hamid bajando la vista pensativo y preocupado.
- Ve, Hamid, ve, y ya me explicarás qué es lo que tiene saturada a esa mente tuya.

Ese momento de preocupación y mal agüero no pudo presenciarlo Hind, que desoyendo a Hamid subió veloz al piso de arriba en busca de esos pastelillos y del humeante te mentolado con “pellizcos” de tomillo, como le gustaba decir a ella.

Tal y como hicieran miles de veces Hamid y su amigo de infancia Ruyyi, se embarcaron ese atardecer otoñal rumbo al islote que llamaban de las muñequitas, por las curiosas figuritas femeninas de barro que en ellas se encontraban aquéllos que esporádicamente lo visitaban. Se trata de una mole caliza y de aspecto quebradizo que se encontraba unos metros mar adentro respecto a la Madina.

La tarde anterior Hamid, sin ser consciente del ansia que le embargaba, se dirigió con paso ligero hacia la ensenada donde los modestos pescadores lugareños varaban sus pequeñas y tan socorridas embarcaciones, cerca de la concurrida área portuaria. Allí, como deseaba, encontró, en la misma modesta y adecentada barraca que recordaba, a su querido amigo Ruyyi, compañero de aventuras y gamberradas de infancia.

Ruyyi era hijo de un comerciante catalán que, en uno de los múltiples viajes que realizó entre Palamós y al-Munakkab, decidió que ya estaba harto de aguantar las bravuconadas y abusos del dueño de la Compañía comercial a la que pertenecía para "hacerse el loco", como le gustaba decir a él, y no embarcarse en el viaje de vuelta. Mientras veía alejarse a sus compañeros, pensó en probar suerte en la vecina Salawbinya, donde los "cara de frío", como denominaba a los omnipresentes comerciantes genoveses, no se habían afincado todavía.
No le salió bien la jugada y tuvo que ganarse la vida como pescador de modesta (aunque resultona) embarcación, haciéndose cargo de su único hijo tras la muerte de su esposa Farida. Le pusieron por nombre Roger, en recuerdo de su abuelo, un chico espigado e inquieto como las lagartijas, de ojos vivarachos y el "pelo de fuego", conocido por sus vecinos, desde que empezó a corretear, como Ruyyi.

Tras la correspondiente alegría y algarabía después de largos años sin verse y la pertinente puesta al día, acordaron para el atardecer siguiente embarcarse rumbo al islote de las muñequitas y, amparados en la calma del oleaje que de manera tozuda arremetía contra el imponente peñón, conversar sobre sus vidas, actuales y pasadas. Así era como en aquellos lejanos años de adolescencia conseguían, recíprocamente, mantenerse decentemente en esa sociedad y ese mundo en conflicto permanente que les tocó vivir... y que aún seguía presente.

Allí, sentados en uno de los recovecos rocosos protegidos del suave y fresco levante que aquel atardecer empezaba a alborotar ese ancestral y vinoso mar, con las piernas cruzadas y la barbilla alzada hacia donde huía el sol, se tomaron inconsciente y tácitamente unos minutos de reflexión espontánea, embelesados por el influjo del momento. Fue entonces cuando a Hamid le vinieron a la memoria los versos que recogió el poeta al-Yawsi:

Busco refugio en Dios de unos hombres

que, sin serlo, se las dan de sabios.
Se encorvan y prosternan con hipocresía;
guárdate de ellos, que son trampas.


Esto último, para sorpresa de Ruyyi, lo dijo en voz alta, sin ser consciente de ello, como recordándoselo a modo de letanía.
- ¿Qué dices Hamid?
- Nada, Ruyyi, nada... es sólo que a veces dan ganas de nadar mar adentro y no querer salir...

(Foto: Joan de Figueroa)



sábado, 12 de noviembre de 2016

De la caverna al chalé.

Como ya sabéis, el pasado día 9 de noviembre participamos en las III Jornadas de Arqueología e Historia de la Costa Tropical, que desde hace unos años vienen celebrándose en la localidad de Almuñécar. Fue una grata satisfacción que los organizadores (Concejalía de Cultura y Educación del Ayto. de Almuñécar, SKS Arqueología y Patrimonio y la Mancomunidad de la Costa Tropical) se acordaran de nosotros para formar parte del cartel junto a otros compañeros arqueólogos e historiadores.

Y lo hicimos con la representación de nuestro compañero José María, quien realizó una ponencia mediante la cual desarrolló una somera visión geoarqueológica de la región del Bajo Guadalfeo desde la Prehistoria hasta la Edad Moderna, haciendo hincapié en la incidencia que las diferentes comunidades humanas han hecho sobre el entorno en el que se asentaron y en qué grado han contribuido a transformarlo.

Para la ocasión, y como viene siendo habitual en nuestras participaciones en este tipo de eventos, hemos contado con la crónica de Sara Flores Aneas, una joven periodista salobreñera espontanea, fresca, incisiva y directa en sus escritos, los cuales podéis leer de manera habitual en Motril Digital. A ello añadir la aportación fotográfica de Guillermina García-Consuegra Flores, quien se encargó del reportaje gráfico. Así, pues, agradecer a ambas su participación.
Y para finalizar, y como igualmente referimos en la ponencia, nuestro blog queda abierto a todo aquél y aquélla que quiera colaborar con sus trabajos, imágenes, fotografías, opiniones, sugerencias, etc. Para ello podéis contactarnos en patrimoniobajoguadalfeo@gmail.com



De la caverna al chalé.

Mientras medio mundo se acojonaba ante la elección del paleolítico Donald Trump  como nuevo presidente de Estados Unidos, Almuñécar se sumía placenteramente en este periodo histórico (cuyas características homínidas bien podían bosquejar un perfil Trumperiano), así como en las sucesivas etapas de la historia en las III Jornadas de Arqueología e Historia de la Costa Tropical que se han llevado a cabo los días 8, 9 y 10 de Noviembre. 


Estas jornadas contaron con la colaboración del arqueólogo José María García-Consuegra Flores, que intervino como representante de Patrimonio Bajo Guadalfeo y como miembro del grupo de investigación local S.E.L. (Salobreña Estudios Locales), ofreciendo una charla recogida bajo el título “La incidencia humana en el paisaje costero de la desembocadura del río Guadalfeo”.

Una visión “un tanto somera para un periodo muy extenso”, apuntaba el propio arqueólogo, dada la acotación temporal de estas intervenciones pero que sin duda ofreció una visión panorámica muy completa y sugerente sobre la ocupación y trasformación de este territorio por parte de las diferentes comunidades humanas que en él se han asentado a lo largo de los siglos, de cómo hemos evolucionado de la caverna al chalé, así grosso modo.


La evolución de la línea costera debido al proceso de colmatación, éste fue el punto de partida de esta charla en la que los asistentes pudieron observar, mediante la proyección de imágenes, cómo lo que en un principio era una espléndida bahía, fue transformándose en el delta que es hoy.



El paleolítico (sin noticias de Dios)”, de esta forma tituló José María uno de los apartados de su intervención, debido a que “las evidencias  arqueológicas y materiales con las que contamos son bastante escasas”, aseguró el arqueólogo. A pesar de ello los investigadores no descartan la presencia humana en la zona durante este periodo por sus condiciones geofísicas. “El hombre sería paleolítico pero no era tonto y esta zona ofrecía muchas posibilidades de obtención de recursos como, por ejemplo, áreas de marisqueo en el entorno del promontorio de Salobreña”, afirmaba el ponente.


José María no quiso dejar pasar la oportunidad para aclarar que una de las razones por las que se tiene poco material arqueológico de este periodo no es solamente por la dificultad de identificar los materiales si no se es profesional en la materia, dado el  carácter específico y fragmentario de las mismas, o por la trasformación del paisaje debido a que la subida del nivel del mar provocada por la última glaciación inundara parte del territorio entonces ocupado, sino porque "en gran medida esta región ha suscitado poco interés en la comunidad académica", si bien hizo hincapié en que esto ya ha empezado a cambiar, y son varios los investigadores locales que poco a poco comienzan a darle un poco de luz a este periodo de la historia tan desconocido.


El Tajo de los Vados, la Cueva del Capitán, La Cueva de las Campanas o  La Sima de los Intentos son algunas de las zonas donde se han podido hallar restos de asentamientos pertenecientes al periodo Neolítico “al ser ésta una etapa en la que los humanos comenzaron a sedentarizarse, incidiendo en el paisaje e iniciando de este modo su transformación”, el arqueólogo añadió que algunos de los materiales hallados en el promontorio de Salobreña (y que se encuentran en el museo de la localidad) que tradicionalmente se han atribuido a este periodo, “están descontextualizados, pudiendo adscribirse al periodo de la Edad del Cobre más que con el Neolítico”.

Muy a su pesar, y acompasando su charla al devenir del minutero, José María tuvo que pasar de puntillas por algunas de las etapas históricas en las que, por su expresión, le habría gustado detenerse con mayor profundidad, como la Edad del Cobre, en la que subrayó que el poblamiento pasa de ser disperso a ser empezar a concentrarse en determinados asentamientos; o la Edad del Bronce en la que apuntó al Monte Hacho y al Promontorio de Salobreña como los asentamientos capitales de la región “concretamente en el promontorio, como queda demostrado claramente por el material que se pudo recuperar y documentar en la ladera oeste, la cual sirvió de escombrera en las obras de restauración del castillo en los 60, así como restos constructivos de gran porte documentados en las recientes excavaciones realizadas en el mismo castillo, esta vez sí, con metodología y rigor arqueológico”.
  
La Edad del Hierro fue otra de las etapas en la que introdujo a los asistentes José María, “momento álgido de la colonia fenicia de Sks-Sex, actual Almuñécar”, continuaba el conferenciante sin dejar de lado la relevancia del promontorio de Salobreña en este periodo, dada su localización dentro del territorio del bajo Guadalfeo, ni tampoco al Monte Hacho, ambas áreas con “una clara potencialidad arqueológica y estrechamente vinculados uno y otro”, una interrelación e interacción que los investigadores aún no han podido esclarecer.

La constatación de un posible templo de época fenicio-púnica en el Peñón, con funciones protectoras para marineros y comerciantes, o una posible área de embarcadero en la zona del Portichuelo (curioso topónimo, ¿no?), un área de necrópolis con urnas cinerarias en la zona de las actuales calles Carmen y Cristo de la localidad de Salobreña, fueron otros de los aspectos mencionados por el arqueólogo respecto al oppidum íbero que ocupó el promontorio salobreñero en este periodo histórico.


Pasamos al periodo romano con el  pesar de dejar una época atrás de la que aún quedaba mucho por escuchar en el caso de los asistentes, y mucho por decir en el caso del conferenciante, pero con la apetencia de lo que de esta nueva etapa histórica tenía que contarnos. Un periodo en el que ya se constata un territorio completamente articulado y cuyos recursos son explotados de manera sistematizada con la presencia de villas caracterizadas por su sencillez estructural y por una marcada funcionalidad agropecuaria, que distaban considerablemente de las lujosas villas documentadas en la vecina Almuñécar, principal núcleo de población y única ciudad de la costa granadina. 

A ellas, añadir la existencia de alfares (figlinae) en la zona (rica en arcilla y recursos hídricos), fondeaderos, modestas factorías de salazón (ceatariae) y las diversas explotaciones mineras de las sierras vecinas. Todo ello no hace más que reflejar la importante e intensa actividad comercial en la zona en época imperial, encarada de un lado a dar salida a los productos del interior (principalmente aceite y vino) a través de los diversos fondeaderos de la región (Salobreña, Torrenueva), y a satisfacer las necesidades de las potentes factorías de salazón sexitanas. De ahí que el arqueólogo calificara la región del bajo Guadalfeo como “la trastienda del negocio sexitano”.


La Salobreña islámica hasta la llegada de los cristianos y el entorno del bajo Guadalfeo fue el último punto abarcado por este arqueólogo en su exposición. Un periodo atrayente por la cantidad de transformaciones acontecidas a todos los niveles. Fue esta Salawbinia una de las Mudun (ciudades, plural de Madina) destacadas del reino nazarí, cabecera de un territorio propio articulado a partir de una serie núcleos (alquerías) que, a su vez, contaban con una circunscripción propia con propiedades y recursos explotados y gestionados de manera autónoma y autárquica por su habitantes.


Refirió igualmente la relevancia de la presencia real para el desarrollo urbano de la ciudad y las múltiples intrigas palaciegas que tuvieron como escenario su alcázar-alcazaba; el intento fallido de reconquista por parte de Boabdil en 1490 y de cómo ello supuso el reforzamiento del control tanto de la alcazaba como de la población a manos de militares castellanos; para culminar con la repoblación del territorio por parte de nuevos pobladores cristianos debido a la gran emigración al norte de África de la población musulmana, así como el reparto de tierras y propiedades entre los principales protagonistas de la conquista.


José María finalizó su colaboración en estas III Jornadas de Arqueología e Historia de la Costa Tropical (JAHCT) agradeciendo y animando a las administraciones, tanto locales como comarcales, a invertir, promover y fomentar la investigación local y comarcal y la celebración con más asiduidad de actividades de este corte divulgativo y cultural, tan necesario para crear una sólida base en la que asiente la concienciación de la población con respecto al conocimiento, preservación y protección de su Patrimonio. Actividades, por otro lado, que nos ayudan a conocer mejor nuestro territorio, nuestra intrahistoria y, por ende, a una parte de nosotros mismos.

Selló su intervención con la proyección de una pintura que Delacroix realizó en uno de sus viajes, titulada “Frente a Salobreña y la costa de Almería”, un lienzo que sirvió de elemento retrospectivo sobre el tema principal de esta ponencia, la incidencia humana en el paisaje costero de la desembocadura del río Guadalfeo. Una incidencia humana ya remota pero con una contundente e inminente entrega a las puertas: Del chalé al hotel. Seamos optimistas. Siempre nos quedará  Delacroix.



Sara Flores Aneas.