"Fue entonces cuando Hamid decidió abandonar la que fue su
tierra, pues ya no le pertenecía (si es que alguna vez le perteneció algo). Las
cosas iban a cambiar drásticamente y en breve, como bien a las claras vio en la
desbocada y desquiciada Gharnata, auténtico campo de batalla entre fanáticos
partidarios de un baño de sangre en defensa de una cultura y un modo de vida ya
en creciente degeneración, regada con el odio y la venganza y atizada por los
ulemas aulladores (como gustaba llamarlos a Hamid), y defensores de una
rendición honrosa ante aquellos cristianos venidos de múltiples ciudades,
ansiosos de botín y carne amparados como estaban por su Santa Iglesia.
Lo tenía decidido. Subiría en uno de esos pequeños barcos para ir al
lugar del que le habló Ibrahim. Una pequeña alquería situada en un valle
estrecho, perdida entre dos montañas. Con pocas casas y cortas distancias
paralizada eternamente entre el otoño y la primavera y habitada apaciblemente
por viejos agricultores y tenaces pescadores, entre las lomas de tonalidades
entre pardas y oliváceas y el manto azul cobalto del Mediterráneo, coronada por
la zawiyya del viejo sabio venerado desde donde contemplar los plácidos baños
de la luna en el mar... lejos de las leyes de los hombres...”