Desde
hace unas décadas viene siendo habitual que, especialmente en periodos de
crisis como la que sufrimos actualmente, cada uno se busque sus propios
recursos mediante los cuales hacer frente y sobrevivir a la grave situación económica
y social a la que nos vemos sometidos. En este sentido, especialmente en el
ámbito regional (y cada vez más a nivel local), hace ya bastante tiempo que se
le está empezando a sacar "provecho" al patrimonio histórico,
cultural y natural propio, ante el que hemos vivido de espaldas durante mucho
tiempo y cuyo potencial ha sido ignorado en este país, más allá de los
espléndidos Paradores y castillos de Playmóvil tan de moda en ciertos años de
este país.
Es
ahora que las autoridades competentes comienzan a ver que este Patrimonio, lejos
de ser un "agujero en el bolsillo" de las arcas públicas, recuperado
y bien gestionado puede suponer un importante agente dinamizador, no sólo a
nivel económico, sino también en el social, cultural y laboral.
Y
es que el uso y disfrute del tiempo libre ha ido adquiriendo cada vez más
importancia en los últimos decenios. De manera progresiva se han ido
desarrollando nuevas necesidades, tanto individuales como colectivas, en
relación con el ocio. Es así como cada día hay más personas y grupos sociales
sensibilizados por la diversidad cultural, orientando su tiempo de ocio y
disfrute hacia el conocimiento de nuevos entornos, culturas y civilizaciones,
huyendo de modelos turísticos convencionales y caracterizados por la
masificación y una calidad básica y tradicional de su oferta.
Jardín nazarí de Vélez-Benaudalla.
Este
cambio de tendencia ha sido ciertamente aprovechado últimamente por múltiples
zonas “deprimidas”, o de segunda línea, por decirlo de alguna manera, pero que
cuentan con importantes y destacados recursos culturales, etnológicos y
naturales que hasta la fecha no fueron tenidos lo suficientemente en cuenta,
manteniéndolos en un segundo plano (en muchos casos incluso en estado de abandono
y degradación). Éstos son ahora un elemento clave a la hora de impulsar toda
estrategia de desarrollo de estas economías locales y/o regionales, como
alternativa para escapar de la situación de regresión socio-económica que nos
ha tocado vivir. Es de este modo como, en muchos de los casos, estas “zonas de
segunda línea” son susceptibles de convertirse en centros de interés turístico
y cultural con gran éxito de oferta y de demanda.
Para
ello, como han puesto de manifiesto en los últimos tiempos diversos expertos en
dinamización y divulgación del patrimonio, es necesario partir del concepto
fundamental de Desarrollo Sostenible, de tal modo que se promocione la
recuperación, puesta en valor, conservación y difusión de nuestra herencia histórica
y paisajística, con el objeto de que se deriven beneficios de carácter
cultural, económico y social. Unos beneficios, por otro lado, que reviertan (al
menos una parte de él) en el propio patrimonio y en la sociedad a la que
pertenece y que la disfruta.
Este
cambio de tendencia en el ámbito del ocio, la cultura y el tiempo libre, ha
derivado, además, en una mejor y mayor imbricación de intereses entre el sector
turístico y el ámbito del patrimonio. Se han desarrollado nuevos modelos de
explotación y uso social de los recursos patrimoniales y naturales, aunque
siempre partiendo de la sostenibilidad del modelo de desarrollo.
El Castillejo, Los Guájares.
De
este modo, el territorio se convierte en el escenario donde se desarrollan
nuevas lecturas globalizadoras y estrategias de uso social de los recursos
culturales y naturales, mediante las cuales se pretende dar respuestas
adecuadas e imaginativas a las nuevas demandas de los usuarios, cada vez más
motivados en descubrir nuevos territorios y culturas, convirtiendo el
Patrimonio (entendido de manera integral) en un producto turístico basado en la
propia conservación y en la correcta explotación de sus recursos.
Y
es que, es el legado cultural y natural quien, en esencia, juega un papel
activo en todo este proceso, el cual, correctamente gestionado, acaba por
revertir y generar, además, nuevos modelos de gestión y nuevas vías de financiación.
Actualmente
el patrimonio cultural está participando activamente en políticas globales y,
más a menudo de los que podría parecer, encabeza estrategias de desarrollo
local. Tal es así que en muchos lugares representa el eje fundamental sobre el
que se sustentan políticas de promoción y desarrollo de ámbito local,
fundamentadas en los recursos endógenos de su propio territorio. Más allá de su
innegable valor como referente identitario y recurso para la educación y
formación cultural de diferentes sectores sociales, permite unos beneficios
económicos indirectos que, por otro lado, permiten una formación y reinserción
laboral a la población.
Torre vigía de Torrenueva.
En
este sentido, hay que partir de la idea de que todo monumento, resto
arquitectónico, arqueológico y/o etnológico, en general, no es más que el claro
reflejo del tipo de relaciones Hombre-Hombre y Hombre-Paisaje que han quedado
plasmadas en el medio en el que habitamos. Se define de este modo un tipo de
interrelación propia y característica que variará según el momento histórico y
el grupo socio-cultural que lo protagoniza y que, de una u otra manera, nos han
legado. Tan sólo, y no es tarea fácil, hay que saber leer las huellas y
evidencias que estas construcciones y paisajes nos transmiten de una u otra
forma.
Para
ello, primeramente es esencial que la población se sensibilice, no sólo con las
construcciones antiguas que todavía hoy día se mantienen en pie en nuestras
ciudades y poblaciones, también con todo el patrimonio soterrado y subacuático
que aún nos es desconocido dentro del nuestro territorio. Se trata de los
restos de nuestro pasado y de nuestros antepasados los cuales, debidamente
recuperados, tratados, conservados, protegidos y gestionados, van a permitir
conocernos mejor en nuestras relaciones interpersonales y con nuestro medio
ambiente, siguiendo la máxima zen de “respeta
y conoce, y no temerás”.
No
se trata de montones de herramientas antiguas, ni piedras, castillos, casas y
edificios a medio caer, sino de un patrimonio que nos pertenece a todos y del
que podemos aprender y disfrutar si es recuperado y tratado de manera adecuada.
De hecho deberíamos estar obligados a protegerlo y a recuperarlo. Es así que
cobran especial importancia las palabras de Dulce Chacón cuando refería que “un pueblo sin memoria es un pueblo enfermo”.
Por
otro lado, y no menos importante, corresponde a las autoridades locales, provinciales,
autonómicas y, cómo no, estatales, velar por la localización, documentación,
recuperación y puesta en valor de todos aquellos elementos y construcciones que
han formado, y forman parte, de nuestro pasado y nuestro paisaje en nuestro día
a día, devolviéndoselo a la sociedad.
Estamos
ante la posibilidad de dejar de vivir de espaldas a nuestro patrimonio y de
crear un museo al aire libre en el que se eliminen las barreras que suponen las
vitrinas y vallas que separan a unos de otros, de tal modo que se permita la
interacción y convivencia del individuo con la cultura material, el monumento y
el medio ambiente. Para ello, como se ha dicho, se exige de un lado una actitud
de respeto hacia éstos por parte de la población; del otro, una voluntad de
recuperación e integración social de todos aquellos elementos que conforman
este patrimonio de cara a establecer un proyecto de progreso y futuro
sostenibles.
En
los últimos años se está empezando a consolidar esta nueva vía de potenciar una
convivencia y comprensión del pasado por parte del presente, gracias a
proyectos de recuperación del patrimonio local y a nuevas tendencias de puesta
en valor, promoviendo una interacción y divulgación integradas, tanto al aire
libre como en museos y/o edificios históricos. Una clara muestra de ello, con
evidentes resultados y beneficios, incluso económicos de manera directa e
indirecta, es el caso de los restos arqueológicos del mercado de El Born
(Barcelona), el poblado neolítico de La Draga (Banyoles, Girona), la iglesia
prerrománica y su poblado altomedieval de Santa Creu (Port de la Selva, Girona),
la villa romana de los Baños de Valdearados (Burgos), el teatro romano de los
Títeres (Cádiz), los restos arqueológicos de la Plaza de la Encarnación
(Sevilla), el castillo y pósito de Doña Mencía (Córdoba), el castillo y barrio
bajomedieval de Luque (Córdoba) o el conjunto de los Dólmenes de Antequera
(Málaga), entre otros muchos ejemplos. Más próximo en el marco geográfico que
nos ocupa, el complejo industrial de la Azucarera del Guadalfeo, en Salobreña; la creación del Centro de Formación de Energías Renovables en la
batería artillera del siglo XVIII de Carchuna; el Centro de Interpretación, en
la también batería artillada de La Herradura; o el Museo de Historia de Motril, ubicado en la conocida como Casa Garcés, una edificación de los siglos XVI-XVII y el Museo Preindustrial de la Caña de Azúcar en la Fabrica de La Palma, también en Motril, ambas edificaciones recuperadas y rehabilitadas para tal fin.
Museo de Historia de Motril.
Se
trata, en resumen, de una tendencia mediante la cual se pretende cambiar el
prisma con el que se suelen ver y concebir los restos y monumentos históricos,
así como el entorno natural y paisajístico en el que se insertan, dejando de
considerarlos como meros montones de piedras por la ruina y el mal estado en el
que se encuentran, fruto de la dejadez y desconsideración recibida, tanto por
la población en general como por las autoridades competentes, para revertir su
situación como elementos con rendimiento patrimonial, social y, en la mayoría
de los casos, también económico.
La
costa granadina en general, y el área del estuario del Guadalfeo en concreto,
es un territorio que, a pesar de contar con un potencial y un substrato
histórico-arqueológico de entidad, no es hasta hace escasamente unas décadas
que cuenta con el respaldo que se desearía a nivel de difusión y puesta en
valor de restos materiales y de publicaciones científicas y divulgativas que
pongan de manifiesto, y a disposición de la sociedad, el patrimonio histórico,
arqueológico y, por qué no, etnológico del que ha gozado y del que todavía
goza. Y es que, como bien dice un compañero: "la costa hay que moverla!" (¿verdad, Diego?)
A
ello bien poco han contribuido, de un lado el fuerte arrasamiento y destrucción
que sufrieron múltiples yacimientos durante la segunda mitad del pasado siglo
XX, con motivo de la orientación generalizada de los terrenos al cultivo de
frutos tropicales, para cuyo desarrollo se hizo necesario un brutal
abancalamiento de lomas y laderas, así como por el avance del sector
constructivo, claramente enfocado al turismo de Sol y Playa.
Del otro, y de
igual gravedad, la insensibilidad, tanto de las autoridades pertinentes como de
la población en general, con respecto del patrimonio, no ya del soterrado (y
mucho menos el subacuático) sino incluso del emergente, considerándolo como
meras ruinas improductivas que obstaculizan el desarrollo económico de esta
voraz sociedad actual.
En
los últimos años parece que se están empezando a dar los pasos adecuados en
este sentido. Se detecta una incipiente voluntad, por parte de los referidos
agentes implicados, una mayor sensibilización, concienciación e implicación de
cara a poder recuperar, estudiar y, llegado el caso, poner en valor todos
aquellos elementos que han formado, y forman, parte de nuestro pasado y nuestro
paisaje que sean susceptibles de ser devueltos a la sociedad, con el objeto de
apoyarse en ellos e integrarlos en un proyecto de progreso y futuro sostenibles
a corto y medio plazo.
Como se ha dicho
anteriormente, este concepto básico
viene desarrollándose en las últimas décadas en múltiples países y regiones, los
cuales han visto en su patrimonio histórico y cultural una oportunidad bastante
rentable para la creación de un modelo de desarrollo sostenible y endógeno,
respetuoso con el entorno y encarado a incrementar el producto interior. Ello
es posible gracias a una gestión, mejora y potenciación de las actividades
artesanales tradicionales y, de manera paralela (y no precisamente menos
desdeñable), a la creación de nuevos servicios vinculados al patrimonio y al
turismo cultural y natural, con evidentes repercusiones en el sector terciario.
El
turismo basado y complementado en la Cultura (que se ha mostrado como una
oferta sólida), depende en gran medida de que el visitante disfrute de la
experiencia y perciba que tanto el territorio como los recursos patrimoniales
son auténticos, y que se enmarcan en un contexto que les resulta agradable y
atractivo. Desde esta perspectiva, pues, el turismo que se desarrolla y/o complementa
en torno al patrimonio cultural, puede ayudar a reactivar la economía y la vida
sociocultural de áreas o zonas concretas. A modo de ejemplo, durante 2012-2013,
tan sólo el Castillo de Salobreña acogió un flujo de visitantes que superó la cifra de
50.000 personas.
Castillo de Salobreña.
Para
ello, pues, es necesario que exista una conciencia social sobre la
potencialidad y el valor de esas señas de identidad características, legado del
pasado, junto a la existencia de proyectos de planificación y ejecución de
gestión de estos recursos culturales y naturales a corto y medio plazo por
parte de las autoridades y entidades correspondientes e implicadas. En suma, se
necesita implicar y concienciar a la población en el valor y uso de los
recursos patrimoniales, y acometer las acciones tendentes a ponerlos en valor,
garantizando el uso adecuado y la gestión en el tiempo para facilitar su
desarrollo y mejora. Como decíamos en la entrada anterior: ¿Utopía?........."mica
en mica s´omple la pica" (dicho catalán).