Iniciamos el apartado de colaboraciones con la aportación que tan amablemente nos concede José Miguel Jiménez Triguero, amigo y compañero de faenas desde hace ya algunos años. José
Miguel es Licenciado en Historia por la Universidad de Granada, con formación específica en Arqueología y Antropología Física, y con sobrada experiencia en excavaciones arqueológicas desde 2004, como técnico y director en múltiples intervenciones arqueológicas. Fruto de esa labor han visto la luz diversas publicaciones desde entonces, tanto en el ámbito de la Arqueología como de la Antropología Física.
En la actualidad ejerce de profesor de Geografía e Historia y de Lengua
Española para extranjeros, así como, ocasionalmente, de guía local. A pesar de
haberse retirado algo de la primera línea del campo de batalla que es la arqueología
urbana (o profesional, que llaman algunos), no ha menguado su voluntad de
recuperar, reivindicar y poner de manifiesto el valor del Patrimonio, como bien
demuestra "batallando" día a día en su localidad natal, Jódar (Jaén),
no sólo con la tan nostrada Administración, sino también (e igualmente, o más
farragoso incluso) con la escasa conciencia que al respecto tienen las
autoridades locales y la propia población.
Por todo ello, agradecerle que haya destinado algo de su tiempo (que en los
tiempos que corren es bastante valioso) a querer colaborar con nosotros. Sin
más, seguidamente se expone su trabajo.
En el subsuelo de la comarca del Bajo Guadalfeo aguarda su pasado, deseando volver a ser descubierto. Un ejemplo concreto de ello fue desvelado el pasado año 2008, cuando aparecieron unos restos arqueológicos en la localidad de Torrenueva (Motril, Granada), con motivo de las obras de construcción de unos edificios de Protección Oficial en el Pago de “El Maraute”. Se recuperaron, entre otros restos, dos sepulturas (una de ellas seccionada y deteriorada, y otra completa) compuestas por una base de ladrillos bipedales (de dos pies de largo) y una cubierta de tegulae (tejas planas) a dos aguas.
A
continuación, intentaré explicar una serie de interpretaciones teóricas con
base científica en relación a estos restos arqueológicos y antropológicos, que
fueron extraídos, estudiados y catalogados por profesionales de la Arqueología
y de la Antropología, a los que debemos agradecer su gran labor, entre los que
incluyo mi humilde aportación. Además, las conclusiones presentadas aquí fueron
publicadas en el Anuario Arqueológico de Andalucía (AAA), en las Actas del XIX Congresso
della Associazione Antropologica Italiana de 2011, y en la revista Journal of Biological Research. Con lo
cual, estos datos ponen de relavancia los hallazgos y el esfuerzo enorme de
todos los profesionales que han participado.
Gracias a la
estratigrafía registrada durante el proceso de excavación, esto es, al estudio
de las capas geológicas donde se advierte la acción humana, o la presencia de
sus objetos en épocas pasadas, y también a través del estudio de la cerámica,
que ha sido tan catalogada en sus diversas formas, tamaños, decoraciones,
utilidades, contextos, etc., y que nos da un margen de error mínimo para
situarla en la época en que fue realizada, usada o reutilizada; sabemos que el
lugar donde se hallaron los enterramientos constituyeron zonas industriales y
comerciales, que fueron abandonadas y reutilizadas como necrópolis en el siglo
IV d.C., durante el Bajo Imperio (finales del siglo III-finales del siglo V
d.C.). En esta época tendrá lugar el fin político del Imperio romano de
Occidente y la entrada en la península de pueblos germanos, como los visigodos. En este
sentido, el concepto de Tardorromanidad, que suele aplicarse para este periodo,
implica la pervivencia de la cultura latina, tanto entre los hispanorromanos
como entre los pueblos recién llegados.
Al hilo de lo que
nos ocupa, podemos decir que ambas tumbas contenían un individuo cada una, depositados
en decúbito supino, es decir, con el
cuerpo colocado horizontalmente y echado sobre su espalda. La cabeza de
los mismos estaba orientada hacia el oeste y los pies en el este. Los
enterramientos no tenían ajuar, salvo la sepultura mejor conservada, de la que
se recuperó un broche y una aguja metálica, complementos del vestido que pudo
haber llevado y que no se ha conservado.
De otra parte, necrópolis coetáneas similares han sido
documentadas a lo largo de la geografía hispana, como los casos de Piña de
Esgueva y Amusquillo de Esgueva
(Valladolid), "El Romeral” (Montefrío, Granada), Valle de los Pedroches
(Córdoba), Cerca de la Cámara Sepulcral de Toya (Peal de Becerro, Jaén), Vega
del Mar (San Pedro de Alcántara, Málaga), Marugán (Atarfe, Granada), Baza
(Granada), Lopera (Jaén), Marim (Olhâo, Portugal), Ferrestello (Visinhança de
Sta. Olaya), “Las Merchanas” (Lumbrales, Salamanca), etc.
Todas ellas se inscriben en la moda de la inhumación (enterramiento
del cuerpo ya muerto) y con apenas ajuar, es decir, con muy pocos (o ninguno)
elementos de adorno o ritual. En ellas
son más frecuentes las tumbas individuales y, en el caso concreto que nos
ocupa, el hecho de que la fosa aparezca bien delimitada, se suele repetir en
las evidencias arqueológicas. Además, es más frecuente encontrar las tumbas en
lugares lejanos a las civitae
(ciudades) de la época, en ambientes rurales. Asimismo, presenta una cubierta
que, aunque no es el único tipo, sí es frecuente en este período.
En general, los restos de los dos individuos estaban mal
conservados si bien permanecían, a grandes rasgos, las conexiones anatómicas
normales, en definitiva, que el orden de los huesos que formaban el esqueleto
humano se podía apreciar claramente. Esta
posición de los cuerpos había sido en parte alterada por procesos erosivos de origen geológico,
como diversas escorrentías procedentes de las ramblas colindantes, las cuales
arrastraron y alteraron algunas partes y deterioraron otras. Es por ello que se
aprecian ladeadas las costillas, el cráneo y los huesos de los brazos. Estos
procesos que ocurren desde que el difunto es inhumado hasta que son
redescubiertos los denominamos los antropólogos procesos tafonómicos.
Teniendo en cuenta esto, conocemos el hecho de que los restos se
depositaron en el interior de la sepultura en vacío, siendo posteriormente colmatados por la acción sedimentaria natural. Y estamos al
tanto de estos detalles porque las evidencias son las siguientes: relajación de
los dos lados de la cadera, al desaparecer los ligamentos que los unían. Si los
hubiesen sepultado con tierra directamente, en el momento de desenterrarlos hubiesen
aparecido ambos lados muy juntos y alejados del suelo.
Esta pelvis, junto a los cráneos, indican datos en relación al
sexo de cada individuo, utilizando métodos antropológicos de medición, formas,
tamaños, etc. Así, se ha estimado que uno de los esqueletos fue una mujer
adulta, y el otro un adolescente varón. Para averiguar la edad aproximada de la
muerte de cada individuo, se llevaron a cabo estudios relacionados con el
desarrollo, crecimiento y conformación de los huesos y dientes. Los restos mejor
conservados y que merecen una mayor atención en términos de la Antropología Física,
son los del adolescente ya que presenta evidencias de una enfermedad nunca
antes detectada en un enterramiento tan antiguo.
A este último le fueron detectadas
varias dolencias relacionadas con la columna vertebral: la enfermedad de
Scheuermann y la espina bífida de sacro, entre otras. La primera es un síndrome
que suele ocurrir en la adolescencia de individuos de entre 13 y 17 años. Esta
enfermedad, cuyo origen se desconoce aún hoy día, produce una deformación de la
columna, donde las vértebras se deforman como si pertenecieran a una persona de
edad avanzada con osteoporosis, y con una espalda demasiado arqueada que hace
que el individuo se encorve. Surge como consecuencia de una alteración
degenerativa durante el crecimiento y son muchas las causas que la pudieron originar
en conjunto: factores biomecánicos y hereditarios.
Por otro lado, la espina bífida,
consiste en que la espina de las vertebras no se forma durante el crecimiento.
Esto provoca que la médula quede fuera de la propia columna. Y esto es aún más
llamativo en la parte inferior de la columna, en el sacro, conectado con la pelvis
a su vez. Allí, las vértebras están fusionadas unas con otras. Esta dolencia es
de nacimiento y provoca parálisis y pérdida de sensibilidad en las piernas,
así como problemas urinarios e intestinales. Este individuo, que no pudo llegar
a ser adulto desgraciadamente, tenía otros problemas, y aunque desconocemos de
qué murió, es muy probable que todos ellos provocasen su fallecimiento.
Por otro lado, ante la escasez de ajuar,
la ausencia de lápidas y otros indicios, es imposible determinar con exactitud la
adscripción religiosa de los individuos enterrados. Es conocido que en el mundo
tardorromano la influencia del Cristianismo y de otras religiones orientales del
Imperio fueron muy populares, ganando terreno al Paganismo. El Cristianismo
adopta del Judaísmo el ritual funerario de la inhumación, y no por que la
cremación de los muertos fuese una negación de la resurrección, sino porque
seguían la tradición judía. Por lo demás, el Cristianismo perpetúa las
prácticas paganas. Pero probablemente, como parece ser fue la tónica habitual, estos individuos no eran cristianos, sino
paganos que utilizaban este ritual. Es sobre todo a partir del siglo VI d.C. cuando
se manifiesta algo más clara la influencia del Cristianismo en los enterramientos.
Por otro lado, en todas estas religiones
aparecen manifestaciones de la relación entre la muerte y el Sol naciente como
signo de resurrección, de volver a la vida. De ahí la posición que se repite en
este tipo de tumbas del siglo IV d.C. en la Bética Bajoimperial: la orientación
Poniente-Levante (u otras aproximadas), que se vuelve a producir en la mayor
parte de las necrópolis tardías desde el Bajo Imperio, con el fin del
“renacimiento del fallecido” con el surgimiento del Sol por el horizonte.
En definitiva, del trabajo desarrollado en su día, podemos extraer varias
conclusiones. La primera, que hubo un estudio multidisciplinar fruto de una estrecha colaboración entre arqueólogos de diferentes especialidades y
antropólogos. Ambos procedentes, tanto de la Universidad pública (la Universidad de Granada), como del sector privado, en este caso la empresa dedicada a la recuperación,
difusión y puesta en valor del patrimonio histórico-arqueológico y documental (Gespad
al-Andalus S.L.U.).
La segunda consiste en que se ha llevado
a cabo un proceso de estudio profundo y riguroso desde el inicio del proyecto
de excavación hasta las publicaciones arqueológicas y antropológicas derivadas
y, finalmente, publicadas.
La tercera, que hay un enorme y creciente
interés por la recuperación, difusión y puesta en valor del patrimonio histórico
y arqueológico.
La cuarta sería que los enterramientos
excavados y estudiados se encuentran en la línea de la tipología (inhumaciones)
y rituales del Bajo Imperio en Hispania.
La quinta que estamos ante un caso
excepcional, el de Torrenueva, por haberse detectado en un individuo tan
antiguo y con un estado de conservación malo, el cual manifiesta una enfermedad ósea poco
frecuente, entre otras anomalías patológicas.
Y la última, reseñar el respaldo y apoyo continuo y sin condiciones de las instituciones locales para con el equipo científico-técnico que desarrolló el trabajo y posterior estudio (arqueológico y antropológico).
Es por ello que esperamos que este artículo sirva para dar a conocer algo más nuestro trabajo, nuestros buenos propósitos, y animar a la gente y a las instituciones para que sigan confiando en su pasado como la llave de su futuro.
Es por ello que esperamos que este artículo sirva para dar a conocer algo más nuestro trabajo, nuestros buenos propósitos, y animar a la gente y a las instituciones para que sigan confiando en su pasado como la llave de su futuro.
José Miguel Jiménez Triguero.
El artículo es muy interesante. Genial saber cosas así de Torrenueva
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