Para
esta nueva entrada en el blog contamos con un colaborador especial, Don Luis
del Mármol Carvajal, testigo y cronista oficial de la conocida como Guerra de
las Alpujarras (1568-1570), la cual plasma detalladamente en su afamada obra
titulada “Historia del rebelión y castigo de los moriscos del Reino de Granada”,
publicada en 1600. Estamos ante el auténtico predecesor de los actuales
corresponsales de guerra. Militar e historiador granadino, se incorporó muy
temprano a las tareas militares en los ejércitos del Emperador Carlos V,
durante sus empresas norteafricanas a partir de la conquista de Argel (1535).
Desde entonces, pasó 22 años en tierras magrebíes, siete de los cuales bajo
cautiverio musulmán. Dicha experiencia le permitió alcanzar un alto grado de
conocimiento de la lengua árabe y la cultura islámica. Ya en la segunda mitad
del siglo XVI participa igualmente de las campañas italianas llevadas a cabo
por los ejércitos imperiales. Labor que continuó desarrollando con la rebelión
de los moriscos.
Como
decimos, fue testigo directo de buena parte de las acciones bélicas y
enfrentamientos acaecidos durante el conflicto alpujarreño, describiendo con
todo lujo de detalles territorios, localidades, enfrentamientos, tácticas de combate,
etc. Para ello contó, además, con testigos presenciales y actores en los
enfrentamientos, tanto del bando cristiano como morisco, dado su conocimiento
del árabe. La
obra, compuesta por diez Libros, se estructura en base a cuatro aspectos
principales que ayudan a dar coherencia a la descripción de los hechos.
Primeramente desarrolla los antecedentes de la rebelión; seguidamente pone
sobre la mesa los problemas de identidad y aculturación con que se encuentran
los moriscos del Reino de Granada; en tercer lugar habla del papel de la
intervención turca y norteafricana en la guerra; y, finalmente, expone las
contradicciones políticas del bando cristiano con respecto al camino a seguir
para acabar con el conflicto y a la concepción del problema morisco.
En
el caso concreto que nos ocupa, recuperamos el relato de la incursión que los
contingentes militares del Marqués de Mondéjar realizan a lo largo del valle
del río de la Toba en los primeros días del mes de febrero de 1569, con el
objeto de sofocar la sublevación de la población morisca de las Guájaras. En él
se nos detalla el recorrido que realiza el ejército cristiano procedente de
Órgiva, constatando a su paso la huida de los moriscos y la desolación que
éstos han dejado en sus alquerías. De especial relevancia será la narración del
confinamiento morisco en el llamado fuerte, un cerro localizado al noroeste de
Guájar Alto, donde consiguen resistir el hostigamiento cristiano en diversas
ocasiones, con final trágico para éstos que, como derrotados, acaban por sufrir
las consecuencias de los perdedores……. Nada nuevo, por otro lado.
Sin
más, os dejamos con el relato de la conquista de las llamadas Guájaras, el cual
ocupa los Capítulos XXIX, XXX y XXI del Libro Quinto, si bien en esta ocasión
reproduciremos el primero y el tercero de ellos, respetando la ortografía original.
Vista del valle del río de la Toba desde el este. A la izquierda Guájar Fondón y a la derecha Guájar Faragüit.
CAPÍTULO XXIX.
Cómo el Marqués de Mondéjar partió de Ujíjar para ir á las
Guájaras, y la descripción de aquella tierra.
“[…]
Otro dia martes [8 de febrero] partió el campo de Órgiba, y fue á Vélez de
Benaudalla. El miércoles marchó la vuelta de las Guájaras; y porque se entendió
que había enemigos con quien pelear aquel dia, mandó el Marqués á los escuderos
que pasasen los soldados á las ancas de los caballos el rio de Motril, para que
no se mojasen, que fuera de mucho inconveniente, según el frio que hacia.
Pasado el rio, caminó la gente toda en sus ordenanzas, y llegando a Guájar del
Fondon, donde se veian las reliquias del incendio que los herejes habían hecho
en la iglesia cuando mataron a Juan Zapata, hallaron el lugar desamparado,
aunque tenia un sitio fuerte donde se podían defender los moradores. De allí
fue el campo á Guájar de Alfaguit, que también estaba solo, y allí se alojó
aquel dia. Siendo pues informado el Marqués que los enemigos habían tomado dos
derrotas, unos hacia el lugar de Guájar el alto, que también llaman del Rey, y
otros por el camino de la cuesta de la Cebada la vuelta de la Alpujarra, envió
luego dos capitanes con cada trecientos arcabuceros, que los siguiesen y procurasen
atajar. El capitán Lujan llegó á un paso por donde de necesidad habían de pasar
los que iban hácia la Alpujarra, y atajándolos, mató muchos dellos, y se
recogió sin recibir daño, y el capitán Álvaro Flores siguió a los que iban
hácia Guájar el alto, y alcanzando la retaguardia, cargaron tantos enemigos de
socorro, que hubo de enviar un soldado á diligencia al Marqués á pedirle mas
gente, porque la que llevaba era poca para poderlos acometer; el cual mandó
apercibir algunas compañías; y porque los soldados tardaban en recogerse á las
banderas, ocupados en robar las casas, fue necesario ponerse á caballo para que
no se perdiese la ocasión; y dejando orden a Hernando de Oruña que recogiese el
campo, y marchase luego tras él, caminó hácia donde andaba Alvaro Flores
escaramuzando con los moros. Fueron delante don Alonso de Cárdenas y don
Francisco de Mendoza con un golpe de soldados que pudieron recoger de presto;
los cuales dando calor á nuestra gente, acometieron á los enemigos, y los
desbarataron y pusieron en huida; y matando algunos les ganaron dos banderas;
los otros se recogieron á un fuerte peñón, que está media legua encima de
Guájar el alto, donde tenían recogida la ropa y las mujeres. Este es un sitio
fuerte en la cumbre de un monte redondo, exento y muy alto, cercado de todas
partes de una peña tajada, y tiene sola una vereda angosta y muy fragosa, que
va la cuesta arriba mas de un cuarto de legua á dar á un peñoncete bajo, y de
allí sube por una ladera yerta, hasta dar en unas peñas altas, cuya aspereza
concede la entrada en un llano capaz de cuatro mil hombres, que no tiene otra
subida á la parte de levante. A la de poniente está una cordillera ó cuchillo
de sierra, que procede de otra mayor, y hace una silla algo honda, por la cual
con igual dificultad se sube á entrar en el llano por entre otras piedras, que
no parece sino que fueron puestas á mano para defender la entrada, si humanos
brazos fueran poderosos para hacerlo. En este peñón tenia puesta toda su
confianza Márcos el Zamar, alguacil de Játar, caudillo de los moros de aquel
partido, y en él metieron á todas las mujeres con las riquezas de aquellos
lugares, y más de mil hombres de pelea, cuando vieron que nuestro campo iba
sobre ellos; y haciendo reparos de piedra, de colchones, albardas y otras
cosas, tenían por bastante fortificación aquella para su defensa. Nuestros
capitanes dejaron de seguir los enemigos; y volviendo á Guájar el alto,
hallaron al Marqués de Mondéjar en él con alguna gente de á caballo; el cual
por ser muy tarde, y el camino muy áspero y dificultoso para andarle de noche,
envió á mandar á Alvaro de Oruña que no marchase hasta que fuese de dia, y con
la gente que allí tenia se quedó alojado en aquel lugar. Estando nuestro campo
en Guájar de Alfaguit, llegó de Granada el conde de Santisteban, acompañado de
muchos caballeros deudos y amigos suyos, que iban á hallarse en esta jornada, y
don Alonso de Portocarrero, que ya estaba sano de la herida de Poqueira, con la
infantería y caballos que había enviado el Marqués de Mondéjar á pedir al conde
de Tendilla”.
CAPÍTULO XXXI.
Cómo se combatió y ganó el fuerte de las Guájaras.
Cuando
estuvo el campo todo junto, el marqués de Mondéjar mandó dar por escrito á los capitanes la órden que
se había de guardar en el combate, la cual fue desta manera: que Alvaro Flores
y Gaspar Maldonado saliesen con seiscientos soldados á tomar un camino que va
hácia la mar, y subiendo por él, fuesen ganando lo alto de la sierra ente mediodía
y poniente. Que Bernabé Pizaño y Juan de Lujan con cuatrocientos arcabuceros,
tomando la ladera del peñón llegasen a ocupar el cerro que está por bajo del
fuerte. Que Andrés Pnce de León y don Pedro Ruiz de Aguayo con las ciento y
veinte lanzas de la ciudad de Córdoba, y Miguel Jerónimo de Mendoza y don diego
de Narváez con sus dos compañías de infantería, y con ellos el capitán Alonso
de Robles, tomasen la parte del norte, y dejando la caballeria abajo, en lugar
que pudiesen aprovecharse de los enemigos, si quisiesen hurtarse la vuelta de
la Alpujarra, procurasen subir la sierra arriba, lo mas alto que pudiesen,
hasta ponerse á caballero del enemigo; y que él con todo el resto del ejército
iría por el camino derecho. Y por que los sitios donde habían de ponerse estas
gentes no se descubrían desde el lugar donde estaba el campo, y convenía que el
asalto se diese á tiempo que el peñon estuviese cercado, mandó que la señal de
aviso se diese con una pieza de artillería de campaña. Había de tomar Alvaro de
Flores dos grandes leguas de rodeo para irse á poner en su puesto, y por ser la
tierra tan áspera no pudo llegar hasta después de mediodía. A esta hora descubrieron
los moros la gente que iba tomando lo alto, y saliendo á gran priesa á defender
el paso del sitio, donde se iban a poner los capitanes Pizaño y lujan, no fueron parte para
estorbárselo, antes se hubieron de retirar con daño. Estando pues el peñón al
parecer muy bien cercado por todas partes, el Marqués mandó dar la señal del
asalto, y la infantería subió el cerro arriba, donde aún se veían los regueros
de la sangre cristiana , que destilaba por las heridas de los cuerpos desnudos;
y hallando el primer peñoncete desocupado, por que los moros que estaban en él
le dejaron viendo que Alvaro Flores se les había puesto a caballero en lo alto
de la sierra, de donde les hacía mucho daño con los arcabuces, fueron
retirándose hácia el fuerte Comenzóse á pelear desde lejos con los tiros de una
parte y de otra, venciendo los ánimos de nuestros soldados la dificultad y
aspereza de la tierra. Duró el combate hasta puesto el sol, defendiéndose los
moros en sus reparos, ejercitando los brazos los hombres y las mujeres en
arrojar grandes peñas y piedras sobre los que subían. Desta manera resistieron
tres asaltos, no con pequeño daño de nuestra parte, hasta que el marqués de Mondéjar,
viendo que ya era tarde, mandó retirar la gente y difirió el combate para el
siguiente dia. Quedaron los bárbaros ufanos, aunque no poco temerosos, por
conocer que la cercana noche les había alargado la vida; y cuando entendieron
que podría haber algún descuido en nuestra gente, ó que reposarian los soldados
del trabajo pasado, llamando el rústico Zamar á Gironcillo y á otros moros de
cuenta que allí estaban, les dijo desta manera: “Los antiguos nuestros que
ganaron la tierra que agora perdemos, metidos entre estas sierras celebraron
este peñón y sitio, donde tenían cierta guarida de cualquier ímpetu de
cristianos, estando la comarca poblada de moros, y teniendo a su disposición la
costa de la mar; mas agora no sé si la tuvieran en tanto, desconfiados de
socorro como nosotros estamos, y que de necesidad nos ha de consumir la sed, el
hambre y las heridas destos enemigos, que tan valerosamente hemos expelido
cuatro veces de nuestros reparos. La que tenemos por vitoria es propia indignación,
para que con mayor crueldad pasen las espadas por nuestras gargantas,
perseverando, como es cierto que perseverarán en los combates; y lo que mas
siento es que pasaran por el mesmo rigor estas mujeres y criaturas inocentes. Tratar
de rendirnos en esta coyuntura también será la postrera parte de nuestra vida;
porque ¿quién duda sino que el airado Marqués querrá sacrificarnos á todos en
venganza de la muerte de sus capitanes? Ea pues, hermanos, guardémonos para
otros mejores efetos; y pues la noche nos cubre con su escuridad, y los
cristianos están descuidados pensando tenernos en la red, sirvámonos de las
encubiertas veredas que sabemos, guiando á nuestras familias la vuelta de la
sierra”. Todos aprobaron este parecer, y siendo su capitán el primero, salieron
lo mas calladamente que pudieron, llevando tras de sí mucha cantidad de mujeres
que tuvieron ánimo para seguirlos, bajando por despeñaderos que aún á cabras
pareciera dificultoso camino, y sin ser sentidos de las guardas de nuestro
campo que rodeaban el peñón, se fueron hácia las Albuñuelas. Quedaron en el
fuerte los viejos y mucha parte de las mujeres con esperanza de salvar las
vidas, dándose á merced del vencedor; y antes que esclareciese el dia dijeron á
un cristiano sacerdote que tenían captivo, llamado Escalona, que llamase á los
cristianos y les dijese como la gente de guerra toda se había ido, y los que
allí quedaban se querían dar á merced. El cual se asomó sobre uno de los
reparos, y á grandes voces, dijo que subiesen los cristianos arriba, porque no había
quien defendiese el fuerte; mas aunque lo oyeron las centinelas y se dio aviso
al Marqués, no consintió subir á nadie hasta que fué claro el dia. Entonces
mandó á los capitanes don Diego de Argote y Cosme de Armenta que con cuatrocientos
arcabuceros de Córdoba fuesen á ver si era verdad lo que aquel hombre decía; y
hallando ser ansí, ocuparon el fuerte, y dieron aviso dello. Este dia
alancearon los caballos cantidad de moros y moras que iban huyendo; y el Zamar,
que levaba una hija doncella de edad de trece años en los hombros por aquellas
sierras, porque se le había cansado, vino á parar en poder de unos soldados,
que le prendieron, y en granada hizo el conde de Tendilla rigorosa justicia
después dél. Fue tanta la indignación del Marqués de Mondéjar, que, sin
perdonar á ninguna edad ni sexo, mandó pasar á cuchillo hombres y mujeres
cuantos había en el fuerte, y en su presencia los hacia matar á los alabarderos
de su guardia, que no bastaban los ruegos de los caballeros y capitanes ni las
piadosas lágrimas de las que pedían la miserable vida. Luego mandó asolar el
fuerte, dando el despojo á los soldados; y así para esto como para enviar una
escolta á Motril con los enfermos y heridos, que eran muchos, se detuvo hasta
el lunes 14 de febrero, que envió al conde de Santisteban con el campo á que le
aguardase en Vélez de Benaudalla, y él se fue con sola la caballería á visitar
los presidios de Almuñécar, Motril y Salobreña; y tornando á juntarse con él,
volvió á Orgiba para proseguir en la reducion de los lugares de la Alpujarra.
Por la toma deste peñón se hicieron alegrías en Granada, aunque mezcladas con
tristeza por los cristianos que habían sido muertos, y lo mesmo fue en otras
muchas partes del reino.”